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EL PACIENTE DEL CUARTO 6


                                                    Por: Md. María José Fiallos

                  Corría la tarde un domingo a mediados de junio del 2020, durante una
               guardia un tanto pesada en el piso. Me informaron sobre el ingreso de
               un paciente que fue dado de alta desde el piso Covid. “Un ingreso más”
               pensé; procedí a adelantar sus documentos, previo a su llegada al lugar.
               Un par de horas después, a lo lejos, vi a un abuelito con cara risueña que
               venía en una silla de ruedas, traído por el camillero, a quien conocemos
               como “Don Carlín”. Así es, había llegado.
                  Carmita, mi cómplice de guardia lo recibió y realizó toda la labor
               de enfermería que corresponde en estos casos, mientras yo revisaba el
               estatus de otros pacientes en la estación. Con el pasar de los minutos, al
               tiempo que redactaba el informe de la noche, escuché que en la habita-
               ción número seis se desarrollaba una conversación, la misma que empezó
               calmada, pero tomó tono eufórico en su devenir, acompañada de carca-
               jadas. Luego el silencio, había terminado y ella se presentó ante mí, y de
               inmediato comentó: “Doc, el paciente recién llegado es Don Jorgito, ha
               sido un amor de viejito”. Sonreí y me dispuse a comprobarlo.
                  Aún tenía pendiente realizar la anamnesis de su ingreso, entonces me
               dirigí a realizarla y comprobar lo que había escuchado minutos atrás.
               Apenas atravesé el umbral de la puerta, Don Jorgito sonreído me dijo:
               “Doctorita, pase, pase; es bienvenida, la estaba esperando”. Yo, seria,
               le expliqué que era la médica de turno y que le haría unas preguntas sobre
               él y su enfermedad. “Claro, Usted pregúnteme con confianza” me dijo.
               Durante la entrevista, se mostró amable y cálido en su trato y respuestas,
               lo cual me dio seguridad para continuar.

                  Terminado el interrogatorio de rutina, manifestó: “Doctorita, yo soy
               de Ambato hace 50 años vivo aquí. Esta ciudad me ha dado todo en la
               vida y Usted que está jovencita aproveche la vida, el tiempo pasa y no
               perdona”. Esas palabras retumbaron en mi cabeza, y hacían eco todo el
               tiempo. Pensé sobre lo efímero de la existencia, más con todo lo que la
               pandemia nos ha presentado en el camino, tanto en lo familiar, laboral,
               personal y demás campos. “¿Qué es la vida?, ¿Qué es importante?, ¿Qué
               es esencial?, ¿Qué es imprescindible?” me pregunté, encontrando como
               gran respuesta que contar con la salud y companía de mis familiares es
               lo mejor y más bonito.
                  Es que a veces, al profesional de salud se le olvidan las bondades
               de este mundo, las cosas buenas. El cansancio, la violencia, el manejo
               institucional, las decisiones que toman las autoridades, las malas noticias
               locales e internacionales, entre otras, tienen como resultado el ignorar lo
               precioso que es vivir, con sus grandes momentos como compartir la mesa

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