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con mi familia, ver sonreír a mi madre, despertar a diario en mi cama,
            tener un trabajo que amo; en fin, tantos regalos maravillosos.

               Es que el ambiente hospitalario lleva a experimentar distintos escena-
            rios. Felicidad, al ver la cara de aquellos padres primerizos cuando nace
            su bebé; cómo no hablar de agradecimiento, después de recibir un abrazo
            y palabras de reconocimiento de parte de los familiares al ver a su gente
            recuperada.  También resignación, cuando firman la orden de no reani-
            mación. Tristeza, angustia, gozo y demás emociones ante la resolución, o
            no, de cada uno de los casos, y más en relación con el nuevo y misterioso
            Covid-19.
               Precisamente, Don Jorgito, un adulto mayor que le venció a la enfer-
            medad, pese a su edad y a sus comorbilidades es uno de los casos que
            generan enorme alegría, más viéndolo a él airoso y orgulloso, como un
            militar sacando pecho.
               “Le voy a contar mi historia”, me dijo. “Nací en un pueblito cer-
            cano a Ambato, muy conocido porque somos buenos artesanos en cuero,
            hacemos carteras, chompas, zapatos, siempre  en  familia;  en  mi  caso
            junto a mi papacito, que en paz descanse, y mi hermano mayor. Nos iba
            bien, tanto que viajamos en más de una ocasión a Riobamba, Latacunga,
            Quito e Ibarra a vender nuestros productos. En uno de esos tantos viajes,
            nos agarró un fuerte aguacero en Quito, por lo que tuvimos que pedirle
            posada a Don Juan, un amigo de mi papacito y ni sabe, en su casa estaba
            la mujer que me robó el corazón desde ese día, y estaba seguro de que
            no podría vivir si no volvía a tenerla delante de mis ojos. ¡Josefina! Seis
            meses después, toreando al destino y la distancia nos casamos y fíjese, en
            enero -2020- cumplimos nuestras bodas de oro”.

               Una historia de amor como esas que solo se tejían antes, que me se-
            dujo por completo. La expresión facial, la mirada en sus ojos y el tono
            con el que me contó son elementos que no olvidaré jamás. Ese es el amor
            que todas soñamos encontrar.

               “Tenemos tres hijos” continuó. “Todos son casados, el mayor es abo-
            gado, mi segunda es odontóloga y el último es ingeniero. Somos una fa-
            milia muy unida. Nos han dado cinco nietos, a todos los criamos nosotros
            y le cuento que el amor hacia los nietos ha sido más grande que a los
            hijos” carcajeaba. “Mi mayor debilidad es mi último nietito. Ese hombre-
            cito tiene dos añitos y es mi fuente inagotable de vida. Con mi Josefina y
            él, salimos al parque, tomamos helados, paseamos; inclusive jugamos a
            que yo soy su caballo y cabalgamos”., De golpe la nostalgia lo invade:
            “Llevo treinta y cinco días hospitalizado, y es el tiempo que no los he
            visto. Añoro con salir de este hospital y correr donde ellos”.
               Le permití continuar porque estaba extasiada oyéndolo: “La última
            vez que lo vi, fue hace cuarenta y dos días, cuando empecé a sentirme
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