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situación similar, así como aquel que hijo que escaló la pared del hospital
para estar cerca de su madre en los últimos minutos. Pienso en todo esto
y no deja de dolerme la inhumanidad.
Ya en la madrugada, cerca de las dos de la mañana, tuvimos que aplicar
protocolos de cuidados paliativos, puesto que requería más oxígeno. Ha-
bíamos hecho todo lo que estuvo a nuestro alcance, ante la resolutiva
capacidad limitada disponible, con el agravante de que la contestación
recibida desde otros hospitales para que sea transferido fue siempre nega-
tiva, dada la saturación de la capacidad instalada, sin tregua ni descanso.
Al menos la sala de emergencia ya estaba vacía y parecía que la
noche nos brindaría un descanso, el cual por supuesto tendría que ser
por turnos. Nos organizamos y me correspondió reposo, el cual no duró
mucho puesto que un par de horas después, pese a todos los esfuerzos,
me despertaron con la noticia de que Manuel había fallecido. Silencio
sepulcral en la sala del hospital.
Sé que el caso de Manuel no debe ser el único, ante la cantidad de
problemas que la pandemia ha destapado; sin embargo, esta vez no me
duelen la política y su corrupción, como tampoco los atracos y abusos;
menos la crisis financiera y la economía en picada. Me duele ver que
nadie lo llora, extraña; nadie está cerca para contar sus hazañas. Si no me
duele lo inhumano, ¿Qué me queda por rescatar? La dignidad de los que
parten es valiosa hasta el final.
Con estas líneas levanto la voz por aquellos que han transitado el
mismo camino que Manuel. ¡Descansen en paz!
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