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UNA MIRADA A LA REALIDAD


                                                   Por: Md. Claudia Vásquez V.

                  Como algo imprevisible, llegó al país el virus SARS COV – 2, y des-
               encadenó en cada una de nuestras vidas un cambio radical, tanto en lo
               personal como en lo laboral, por ser los llamados a enfrentar a este nuevo
               enemigo invisible y desconocido; una ardua y agotadora labor llena de
               desafíos físicos y emocionales, especialmente para la primera línea de
               atención.
                  Veía venir días grises y llenos de zozobra, acentuándose el miedo de
               ir al hospital para cada nuevo turno. Es que todos somos sospechosos
               de portar el virus, hasta que se demuestre lo contrario, y es lo que en
               la generalidad cuesta entender; entonces, antes de dirigirme a trabajar,
               preparo una maleta con mascarillas, protectores faciales, gafas, traje anti
               fluidos y gorros quirúrgicos y solamente así emprendo el camino. Por eso
               siempre me sorprenderá el haberme cruzado, en el trayecto, con personas
               que no utilizaban tapa bocas, otros que hacían ejercicio o paseaban a sus
               mascotas despreocupados; inclusive, el transporte público abarrotado. El
               distanciamiento social quedaba en el aire.
                  Sin embargo, al llegar al hospital toda esa perspectiva se transformaba
               en urgencia, ante la afligida realidad de un sitio como aquel: sin camas
               disponibles en la Unidad de Cuidados Intensivos, todos los ventiladores
               ocupados, mayor frecuencia de activación de Códigos R y tantas otras si-
               tuaciones que nos ataban de manos, con la impotencia de no poder hacer
               más y los dilemas bioéticos que también se presentaron. Uno de esos
               momentos, para ejemplificar, involucró al momento de disponer triaje
               respiratorio para uno de dos pacientes con la misma sintomatología y
               complicación; el uno, un adulto mayor, el otro, un joven. Dolorosa situa-
               ción, donde el tiempo es oro, en cualquiera de los casos.

                  No obstante, todo ese miedo se convierte en valor para luchar cada
               día en “El Covitario”, área específica del hospital en la que, junto a los
               compañeros, hemos palpado las situaciones más duras que puede pasar
               un ser humano junto a sus familias; porque este virus, coronado como el
               rey del mundo, no considera edad, sexo, raza, estrato social, siendo las
               únicas armas para enfrentarlo, las que llevo en la maleta, como la arti-
               llería que tiene el hospital.
                  Por eso traigo  a  colación  un caso  que  me  marcó  muchísimo,  co-
               rrespondiente a un bebé de once meses de edad, a quien llamaré Felipe
               (nombre protegido) en este relato. Llegó a triaje respiratorio, traído por
               su madre, al presentar agitación y cianosis   peribucal de instauración
                                                    1
               tórpida en cuarenta y ocho horas.


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