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nalizar para dar medicación; y, también era urgente tomar muestras para
               exámenes; por lo tanto, mi compañero se comunicó con el servicio de
               pediatría para la valoración respectiva.
                  Miro a la madre del pequeño. Es notoria la condición humilde, em-
               barazada a sus diecisiete años de edad. Respiro, y recuerdo los dos casos
               anteriores. Me lleno de fuerza y le explico que necesitamos su ayuda para
               contenerlo y canalizar, ante lo que accede. Iniciamos el procedimiento y,
               como esperábamos, el niño empieza a gritar muy asustado. Su mamá, al
               escucharlo, lo golpea, le grita y lo amenaza diciéndolo que se quedará
               sólo y que ella se irá si no se calma.
                  No sé si es el turno pesado, el hambre, el sueño, o ver el reflejo de mi
               hijo en esa criatura, que siento que algo dentro de mí se quiebra, ante tan
               desmedida reacción de la chica. En segundos, me dirijo a ella y le digo:
               “Señora, su hijo tiene tres años, un dolor insoportable, está en un sitio
               extraño, asustado por todo y por nosotros vestidos como astronautas, no
               entiende nada, su única seguridad es Ud. Aquí no vamos a permitir que
               lo golpee ni que lo amenace. ¡Hágame el favor de ir y abrazar a su niño
               hasta que llegue la pediatra!” y sobre la marcha salí de la emergencia.
               Mi alma quería salir del cuerpo, necesitaba respirar…lloré, como des-
               ahogo acumulado.
                  Pero ni siquiera hay tiempo para eso, porque los pacientes siguen lle-
               gando. Presté importancia a las citas que las autoridades programaron
               para todo el equipo del hospital, las mismas que se enfocarían en salud
               mental y crisis, como consecuencia de la pandemia; de hecho, insistieron
               en que todo el personal de primera línea debía recibir esta terapia, dentro
               de esta guerra, y que al igual que los soldados, necesitaríamos ayuda pos-
               terior para escapar de la depresión y el síndrome post traumático, dados
               los eventos catastróficos enfrentados.
                  Así es que pienso en mis hijos y mi esposo que me esperan en casa, así
               como en toda la gente que espera de vuelta a los suyos. Otra respiración
               profunda, aún con las lágrimas cayendo por mi rostro, y de vuelta a la
               acción.

                  Para romper la tensión, mis compañeros bromean sobre lo sensible
               que me puse con la mamá de aquella criatura y lo que le dije. Sí, en
               medio del horror nos reímos un momento. Es que el ayudar a otros, así
               como saber que mi familia está bien, son los elementos que me permiten
               continuar en el campo de batalla un día más. Sí, hay cuadros en los que es
               imposible separar lo profesional de lo emotivo, más en este tiempo, pero
               también es ahí, que la vocación se multiplica de manera exponencial.







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