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COVID EN COMUNIDADES ALEJADAS
Por: Md. Erika Manotoa Santana
Me encontraba realizando mi año rural, en un pueblo de la Amazonía
ecuatoriana, cuando se confirmó el primer caso de SARS-COV2 en el
país; se hablaba mucho del potencial de contagio de este virus, de sus
síntomas y complicaciones, lo que dio inicio a un plan de manejo en el
supuesto de encontrarnos con un caso positivo en el lugar. Las medidas
se aplicaban paulatinamente en una comunidad pequeña, bastante alejada
de las grandes urbes y hasta cierto punto, con poca probabilidad de con-
tagio, pues la gente que salía a otras provincias era reducida y menor aún
la cantidad de personas que llegaban.
A medida que los contagiados incrementaron en el país, también se
aumentó el tiempo de atención y los horarios para tal efecto. Drásticos
métodos fueron implementados en el centro de salud, empezando por
aislar a toda persona que llegara de otra provincia, independientemente
de que en ella haya estado o no en contacto con personas positivas para
SARS-COV-2. El objetivo era no tener habitantes con el nuevo virus; sin
embargo, allá tan lejos, a mediados de abril se presentó el primer caso
altamente sospechoso.
Es doloroso recordar a este paciente; un joven sin ninguna comor-
bilidad o factor de riesgo, a quien referimos a un centro de mayor com-
plejidad como sospecha, sin ser tomados con la importancia requerida,
debido a que no tenía un nexo epidemiológico fuerte para tal efecto.
Pasaron los días, muchos, hasta tener noticias sobre él y su condición.
Cuando llegó la información, la sospecha se había confirmado, se en-
contraba en estado crítico y con pronóstico reservado en la Unidad de
Cuidados Intensivos. La noticia era cierta y nadie se atrevía a decirla en
voz alta.
Sí, pese a la lejanía, la población reducida y el poco contacto, las tra-
diciones y costumbres fueron los factores que jugaron en contra a la es-
trategia establecida, pues algunos días antes de referir el caso nombrado,
hubo bautizos, generándose aglomeración de la población, en lugares ce-
rrados, y “nuestro paciente cero” festejando y compartiendo como todos
los demás. Claro, él no lo sabía.
A partir de este punto, el trabajo difícil comenzó, pues teníamos que
identificar a toda la concurrencia que estuvo a su alrededor, para valo-
rarlos y aislarlos, de ser el caso. Ahí las alertas se encendieron todos
los días, a cada hora, llamadas a la madrugada, salidas constantes, va-
loraciones domiciliarias. La presión era insoportable al no contar con
el personal requerido ni con el equipo necesario para desempeñar todo
este trabajo. El virus nos sacaba ventaja en tiempo y de golpe, de un día
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