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Finales de abril: Ya han pasado algunos turnos en el nuevo servicio;
en mi grupo de turno está una amiga de varios años y rápidamente em-
pezamos a reunirnos en momentos de trabajo ligero para compartir risas
y romper el estrés.
Los casos han aumentado rápidamente. De pronto casi sin darnos
cuenta nos vemos cada vez más ocupados y con menos tiempo para com-
partir entre nosotros, paradójicamente las risas junto a nuestras bromas
van en aumento. No sabemos en qué momento, pero el piso dejó de ser
solo para pacientes negativos debido a la falta de espacio para mantener
en aislamiento a quienes lo necesitan. Más médicos son contratados para
sumarse a la causa, aunque la risa y el ánimo no han desparecido durante
los turnos, a conocer a las nuevas compañeras.
Hemos dejado de recibir el material para protección personal com-
pleto y empezamos a optimizar al máximo lo que nos entregan. En casa
mi mamá no sabe que me mantengo todo el tiempo en contacto con pa-
cientes positivos; a pesar de su miedo y preocupación, ella también está
contenta.
Primera semana de julio: Cada día desde que fuimos asignados al piso
de aislamiento, el trabajo, los casos y las historias de gente relativamente
cercana aumentan. Empezamos a sentir los estragos del cansancio, pero
aun así encontramos motivos para alegrar las horas de trabajo; el jefe de
servicio nos realizó una prueba para saber si hemos sido contagiados du-
rante este tiempo, la primera desde que empezó la pandemia.
Segunda semana de julio: Hoy será el día más especial y esperado por
mi mejor amigo, Miguel; luego de tener que suspender su boda por no
poder salir de Estados Unidos al inicio del aislamiento nacional, por fin
realizará su ceremonia de una forma muy privada, sin invitados presentes
solo con transmisión vía internet. Pese a compartir su alegría, para mí es
un día más de trabajo.
Como siempre recibimos el turno entre risas y bromas, En la noche
planeo usar mi teléfono para acompañar a mi “hermano” en su día;
además es mi turno para ingresar al “Covitario”. A fuerza de repetición,
el proceso de vestimenta con los equipos de protección personal se ha
perfeccionado y se ha vuelto una quimera entre los adquiridos por cuenta
propia junto a los provistos por el hospital; sentirse agobiado por el peso
o calor de todo eso encima ya es algo rutinario.
“Carlos, ¿Te falta mucho aún?” grita una de mis compañeras tras la
banda de seguridad que separa el área limpia en el ingreso.
“No, precisamente estoy por salir”.
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