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plicidad de las abuelas que acompañan a decirte te veo “flaco” apuran po-
            niéndome “la yapa” en el plato. Además, las anécdotas de papá, historias
            conocidas de memoria pero que igual disfruto y me hacen sonreír. Hoy
            la realidad evoca llanto al recordar a cada uno de ellos, porque el virus
            impide que esos momentos se repitan; mucho más, trabajando en el área
            Covid del hospital.
               Transcurren los días, el confinamiento sigue, y los titulares de prensa
            siguen llenándose de estadísticas, números, reportes, sobre nuevos casos
            y cifras que reflejan la cantidad de contagiados y fallecidos. El mundo
            está aislado y a pesar de eso aumenta el contagio. ¿¡Cómo aumenta!?
            Resulta increíble, mientras el corazón me late a mil por hora en la ba-
            talla contra este enemigo invisible de múltiples nombres; unos lo llaman
            Covid-19, otros le dicen “Corona” y hasta una canción alguien compuso
            para, a través de la tonada, recordarle a la gente lo peligroso que es;
            bueno, eso es lo que se sabe por encima, ante la evidencia. Si quisiera
            profundizar en el estudio de este, me resulta imposible porque la rutina
            dice anamnesis, examen físico, laboratorio, imágenes, hidratación, diag-
            nóstico, medicación y repito el proceso con cada paciente que se acerca.
            Y  los  tratamientos,  con  la  poca  recomendación  científica,  están  enfo-
            cados en la sintomatología exclusivamente, porque aún hay mucho por
            descubrir al respecto.
               Las historias contadas por quienes son positivos para el virus tienen
            un factor común y corresponde al apoyo familiar para superar el mal mo-
            mento; en algunos casos, la decisión de aislarse es personal, precisamente
            para no contagiar a los demás. Sin embargo, pese a todo el cuidado, me
            contagié, así me lo contó una prueba, también rutinaria; ¿Y ahora?
               El mismo pensamiento escuchado en varios testimonios: “No quiero
            que mi familia se contagie” ahora es mío. Parálisis, susto, angustia…
            la incertidumbre mata, mientras hago recuento de todas las actividades,
            una por una, siempre protegido, hidratado, bien alimentado. ¡¿Por qué?!
            Siguen las preguntas, no se qué hacer y las salas de hospital están repletas
            de personas cuya cara de miedo es la misma que yo tengo en el momento.
            No quiero morir, ellos tampoco, buscamos ayuda. Todo sucede a la velo-
            cidad de la luz.
               Un nudo en la garganta. Me ahogo, me duele el pecho, y mental-
            mente creo un montón de procedimientos a seguir, resultado de toda la
            experiencia en la práctica médica hospitalaria atendiendo a quienes lo
            necesitaron, en la primera línea, rescatando de las fauces de la muerte
            a varios en la misma condición. Además, todo síntoma era sospechoso:
            rinorrea, dolor de garganta, molestias de tórax, hasta que se demuestre lo
            contrario.



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