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mal. Me dolía todo el cuerpo, ante lo cual mi hija decidió ya no dejarlo
               en nuestra casa. Pasé seis días decaído, sintiendo que la huesuda me
               quería visitar. Tres días después me llevaron donde un doctor, quien me
               dijo que me era una gripe fuerte, entonces me dio medicación y volví a
               la casa. Cada vez peor, faltándome el aire, motivo por el que mi hijita me
               trajo acá. Jamás pensé que desde ese momento no los volvería a ver”.
                  “Cuando ingresé el ambiente era tétrico, llegaban muchos pacientes
               y algunos no aguantaban esta fea enfermedad, y yo en la emergencia, no
               dejaba de pensar en que no pude decirle a mi Josefina cuánto la amo,
               no pude abrazarle a mi chiquito precioso. Pensaba que había muchas
               cosas pendientes, que no pude realizar. Prometí que, si salía de ésta, me
               iría con mi mujer y mi chiquito de viaje donde la Morenita a México”.
               Se le escaparon unas lágrimas y a mí también. “Y mire Doctorita, se me
               hizo el milagro, aquí estoy, le gané a este virus. Y como toda promesa se
               cumple, la voy a cumplir; y cuando me vaya le voy a traer un recuerdito,
               porque ha sido muy buenita en escuchar las historias de este viejo loco”
               volvió a sonreír.
                  Sonriendo de vuelta, le contesté: “No se preocupe, con gusto lo es-
               cucho. Y mi deber es atender a mis pacientes con todo el cariño del
               mundo”, ante lo cual replicó: “Sí Doctorita, pero escuchar dos horas
               a este veterano, no es parte de su profesión. Le agradezco por haberse
               sentado a oír mis peripecias, y en mi pueblito somos agradecidos con
               personas como Usted”. En realidad no había hecho nada extraordinario,
               al contrario yo me sentía afortunada de haber tenido la dicha de escuchar
               una hermosa historia de una persona tan sabia.
                  Me devolvió la fe, así de sencillo, dentro de este contexto tan com-
               plicado. Me hizo recordar los momentos bonitos de mi niñez, cuando
               mi papá jugaba conmigo o cuando mi abuelita nos preparaba algo de
               comer; hacía tanto tiempo que no los había visto ni tampoco vivido esos
               momentos. Soy una afortunada al tenerlos con vida, aunque estén lejos.
               Las memorias continuaron aflorando y volví a sentir el olor del césped
               con el rocío de la mañana en casa de mi abuelita, o aquellas ocasiones
               junto a mis hermanos corriendo por los sembríos de alfalfa o alimentando
               a las vacas; en fin, muchísima nostalgia de tantos buenos y hermosos
               momentos.

                  Salí de la habitación y continúe con mis labores de guardia en una
               noche que resultó tranquila, sin más ingreso de pacientes a la localidad.
               Amaneció, de nuevo la visita los presentes, previo a la entrega del turno.
                  Llegué a donde Don Jorgito, quien lucía risueño, feliz, radiante. Co-
               mentó que contaba las horas para que le den el alta para reencontrarse
               con sus seres queridos. Le expliqué que mi turno había terminado y que
               regresaría en tres días, por lo que cambió su semblante y me dijo acon-


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