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gojado “Le voy a extrañar, pero no olvido la promesa que le hice”. Nos
            despedimos con un gesto de cariño y abandoné su cuarto. Entregué las
            novedades del turno, y me retiré hacia casa.
               Regresé al tercer día y en efecto la habitación número seis ya estaba
            ocupada por otra persona. “Quizá lo cambiaron de habitación”, pensé.
            Recibí el turno y me informaron que Don Jorgito fue dado de alta el día
            anterior. Sentí tristeza, porque no pude despedirme de él, pero a la vez
            feliz porque lo consiguió, venció al coronavirus y pudo volver a casa
            con los suyos, luego de más de un mes de hospitalización. ¡Celebro su
            recuperación!.
               Los días transcurrieron, sin volver a tener noticias de él, pero imagi-
            naba su reencuentro con su amada, hijos y nietos, todos agradecidos por
            la recuperación de aquel hombre robusto. Mi fe seguía renovándose aún
            sin su presencia, con todas las enseñanzas que me dejó con tan sabias
            palabras.

               En  la  última  semana  de  julio, un viernes  de  turno  recibimos una
            llamada a piso desde la garita de seguridad: “Buenas tardes, le llamo
            porque hay una persona que está preguntando por la Doctora de turno,
            que tiene que entregar un paquete dice”. Con Camita quedamos descon-
            certadas, sin imaginarnos lo que sucedería. Bajé a ver de qué se trataba
            y encontré a los tres protagonistas de esta historia, ante la posibilidad
            que la vida me presentaba para conocerlos. “Mija, ella es la Doctorita
            de la que te hablé” le dijo Don Jorgito a su esposa, quien complementó:
            “Gracias por cuidar de mi Negrito. Saber que durante su estancia en el
            hospital estuvo rodeado de profesionales muy humanos y considerados,
            nos hacen sentir honrados; y sé que mi marido le hizo una promesa y
            aquí estamos con nuestro nietito. No hemos podido viajar a otro país,
            pero aquí le tenemos un cariñito”.
               ¡El corazón se me salía del pecho! Primero, al encontrarme con tan
            hermosa familia del cuento que se hacía realidad, viéndolo a él recu-
            perado y sin perder el resplandor de su mirada, junto a su amada y su
            nietito. Segundo, ante una nueva demostración de fe, y de que la palabra
            dada tiene que cumplirse. Quería abrazarlos, pero la situación de salud
            restringía el acercamiento. Agradecí, y comenté a su esposa que “fue
            un honor tener un huésped tan distinguido como su esposo y que todos
            estábamos contentos con su recuperación, además de que es un honor
            conocerla, luego de tantas palabras de amor y gratitud con las que Don
            Jorgito se refirió al contarme sobre Usted y el pequeño”. Luego de con-
            versar unos minutos más, nos despedimos y recibí una bolsita de regalo.
               Regresé a la estación de enfermería y le comenté a Carmita lo suce-
            dido. Concordamos, en que si la bondad y la gratitud, estuvieran presente
            en todas las personas; el mundo sería distinto. Si todos los profesionales

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