Page 272 - Libro Orgullo y Prejuicio
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menos por su mujer. Decía textualmente así:
          Mi querida Lizzy,
          Te deseo la mayor felicidad. Si quieres al señor Darcy la mitad de lo
        que  yo  quiero  a  mi  adorado  Wickham,  serás  muy  dichosa.  Es  un  gran
        consuelo  pensar  que  eres  tan  rica;  y  cuando  no  tengas  nada  más  que
        hacer, acuérdate de nosotros. Estoy segura de que a Wickham le gustaría
        muchísimo un destino de la corte, y nunca tendremos bastante dinero para
        vivir  allí  sin  alguna  ayuda.  Me  refiero  a  una  plaza  de  trescientas  o
        cuatrocientas libras anuales aproximadamente; pero, de todos modos, no le
        hables a Darcy de eso si no lo crees conveniente.
        Y como daba la casualidad de que Elizabeth lo creía muy inconveniente, en
      su contestación trató de poner fin a todo ruego y sueño de esa índole. Pero con
      frecuencia le mandaba todas las ayudas que le permitía su práctica de lo que ella
      llamaba  economía  en  sus  gastos  privados.  Siempre  se  vio  que  los  ingresos
      administrados por personas tan manirrotas como ellos dos y tan descuidados por
      el  porvenir,  habían  de  ser  insuficientes  para  mantenerse.  Cada  vez  que  se
      mudaban, o Jane o ella recibían alguna súplica de auxilio para pagar sus cuentas.
      Su  vida,  incluso  después  de  que  la  paz  les  confinó  a  un  hogar,  era
      extremadamente agitada. Siempre andaban cambiándose de un lado para otro en
      busca  de  una  casa  más  barata  y  siempre  gastando  más  de  lo  que  podían.  El
      afecto de Wickham por Lydia no tardó en convertirse en indiferencia; el de Lydia
      duró  un  poco  más,  y  a  pesar  de  su  juventud  y  de  su  aire,  conservó  todos  los
      derechos a la reputación que su matrimonio le había dado.
        Aunque  Darcy  nunca  recibió  a  Wickham  en  Pemberley,  le  ayudó  a
      progresar en su carrera por consideración a Elizabeth. Lydia les hizo alguna que
      otra visita cuando su marido iba a divertirse a Londres o iba a tomar baños. A
      menudo pasaban temporadas con los Bingley, hasta tal punto que lograron acabar
      con el buen humor de Bingley y llegó a insinuarles que se largasen.
        La señorita Bingley quedó muy resentida con el matrimonio de Darcy, pero
      en cuanto se creyó con derecho a visitar Pemberley, se le pasó el resentimiento:
      estuvo más loca que nunca por Georgiana, casi tan atenta con Darcy como en
      otro tiempo y tan cortés con Elizabeth que le pagó sus atrasos de urbanidad.
        Georgiana  se  quedó  entonces  a  vivir  en  Pemberley  y  se  encariñó  con  su
      hermana  tanto  como  Darcy  había  previsto.  Las  dos  se  querían  tiernamente.
      Georgiana  tenía  el  más  alto  concepto  de  Elizabeth,  aunque  al  principio  se
      asombrase y casi se asustase al ver lo juguetona que era con su hermano; veía a
      aquel hombre que siempre le había inspirado un respeto que casi sobrepasaba al
      cariño, convertido en objeto de francas bromas. Su entendimiento recibió unas
      luces  con  las  que  nunca  se  había  tropezado.  Ilustrada  por  Elizabeth,  empezó  a
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