Page 267 - Libro Orgullo y Prejuicio
P. 267

CAPÍTULO LX
      Elizabeth no tardó en recobrar su alegría, y quiso que Darcy le contara cómo se
      había enamorado de ella:
        —¿Cómo empezó todo? —le dijo—. Comprendo que una vez en el camino
      siguieras adelante, pero ¿cuál fue el primer momento en el que te gusté?
        —No  puedo  concretar  la  hora,  ni  el  sitio,  ni  la  mirada,  ni  las  palabras  que
      pusieron  los  cimientos  de  mi  amor.  Hace  bastante  tiempo.  Estaba  ya  medio
      enamorado de ti antes de saber que te quería.
        —Pues  mi  belleza  bien  poco  te  conmovió.  Y  en  lo  que  se  refiere  a  mis
      modales  contigo,  lindaban  con  la  grosería.  Nunca  te  hablaba  más  que  para
      molestarte. Sé franco: ¿me admiraste por mi impertinencia?
        —Por tu vigor y por tu inteligencia.
        —Puedes llamarlo impertinencia, pues era poco menos que eso. Lo cierto es
      que estabas harto de cortesías, de deferencias, de atenciones. Te fastidiaban las
      mujeres que hablaban sólo para atraerte. Yo te irrité y te interesé porque no me
      parecía a ellas. Por eso, si no hubieses sido en realidad tan afable, me habrías
      odiado; pero a pesar del trabajo que te tomabas en disimular, tus sentimientos
      eran nobles y justos, y desde el fondo de tu corazón despreciabas por completo a
      las  personas  que  tan  asiduamente  te  cortejaban.  Mira  cómo  te  he  ahorrado  la
      molestia de explicármelo. Y, la verdad, al fin y al cabo, empiezo a creer que es
      perfectamente razonable. Estoy segura de que ahora no me encuentras ningún
      mérito, pero nadie repara en eso cuando se enamora.
        —¿No había ningún mérito en tu cariñosa conducta con Jane cuando cayó
      enferma en Netherfield?
        —¡Mi  querida  Jane!  Cualquiera  habría  hecho  lo  mismo  por  ella.  Pero
      interprétalo como virtud, si quieres. Mis buenas cualidades te pertenecen ahora, y
      puedes  exagerarlas  cuanto  se  te  antoje.  En  cambio  a  mí  me  corresponde  el
      encontrar  ocasiones  de  contrariarte  y  de  discutir  contigo  tan  a  menudo  como
      pueda.  Así  es  que  voy  a  empezar  ahora  mismo.  ¿Por  qué  tardaste  tanto  en
      volverme  a  hablar  de  tu  cariño?  ¿Por  qué  estabas  tan  tímido  cuando  viniste  la
      primera  vez  y  luego  cuando  comiste  con  nosotros?  ¿Por  qué,  especialmente,
      mientras estabas en casa, te comportabas como si yo no te importase nada?
        —Porque te veía seria y silenciosa y no me animabas.
        —Estaba muy violenta.
        —Y yo también.
        —Podías haberme hablado más cuando venías a comer.
        —Si hubiese estado menos conmovido, lo habría hecho.
        —¡Qué lástima que siempre tengas una contestación razonable, y que yo sea
      también  tan  razonable  que  la  admita!  Pero  si  tú  hubieses  tenido  que  decidirte,
      todavía estaríamos esperando. ¿Cuándo me habrías dicho algo, si no soy yo la
   262   263   264   265   266   267   268   269   270   271   272