Page 263 - Libro Orgullo y Prejuicio
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—¿Qué quieres decir?
        —Pues que he de confesarte que le quiero más que tú a Bingley. Temo que te
      disgustes.
        —Hermana, querida, no estás hablando en serio. Dime una cosa que necesito
      saber al momento: ¿desde cuándo le quieres?
        —Ese  amor  me  ha  ido  viniendo  tan  gradualmente  que  apenas  sé  cuándo
      empezó; pero creo que data de la primera vez que vi sus hermosas posesiones de
      Pemberley.
        Jane volvió a pedirle formalidad y Elizabeth habló entonces solemnemente
      afirmando que adoraba a Darcy. Jane quedó convencida y se dio enteramente
      por satisfecha.
        —Ahora sí soy feliz del todo —dijo—, porque tú vas a serlo tanto como yo.
      Siempre he sentido gran estimación por Darcy. Aunque no fuera más que por su
      amor por ti, ya le tendría que querer; pero ahora que además de ser el amigo de
      Bingley será tu marido, sólo a Bingley y a ti querré más que a él. ¡Pero qué
      callada y reservada has estado conmigo! ¿Cómo no me hablaste de lo que pasó
      en Pemberley y en Lambton? Lo tuve que saber todo por otra persona y no por
      ti.
        Elizabeth le expuso los motivos de su secreto. No había querido nombrarle a
      Bingley,  y  la  indecisión  de  sus  propios  sentimientos  le  hizo  evitar  también  el
      nombre de su amigo. Pero ahora no quiso ocultarle la intervención de Darcy en
      el asunto de Lydia. Todo quedó aclarado y las dos hermanas se pasaron hablando
      la mitad de la noche.
        —¡Ay,  ojalá  ese  antipático  señor  Darcy  no  venga  otra  vez  con  nuestro
      querido  Bingley!  —suspiró  la  señora  Bennet  al  asomarse  a  la  ventana  al  día
      siguiente—. ¿Por qué será tan pesado y vendrá aquí continuamente? Ya podría
      irse a cazar o a hacer cualquier cosa en lugar de venir a importunarnos. ¿Cómo
      podríamos quitárnoslo de encima? Elizabeth, tendrás que volver a salir de paseo
      con él para que no estorbe a Bingley.
        Elizabeth por poco suelta una carcajada al escuchar aquella proposición tan
      interesante, a pesar de que le dolía que su madre le estuviese siempre insultando.
        En  cuanto  entraron  los  dos  caballeros,  Bingley  miró  a  Elizabeth
      expresivamente y le estrechó la mano con tal ardor que la joven comprendió que
      ya lo sabía todo. Al poco rato Bingley dijo:
        Señor Bennet, ¿no tiene usted por ahí otros caminos en los que Elizabeth pueda
      hoy volver a perderse?
        —Recomiendo al señor Darcy, a Lizzy y a Kitty —dijo la señora Bennet—
      que vayan esta mañana a la montaña de Oagham. Es un paseo largo y precioso
      y el señor Darcy nunca ha visto ese panorama.
        —Esto  puede  estar  bien  para  los  otros  dos  —explicó  Bingley—,  pero  me
      parece que Catherine se cansaría. ¿Verdad?
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