Page 260 - Libro Orgullo y Prejuicio
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inferiores a los míos. Así desde los ocho hasta los veintiocho años, y así sería aún
si no hubiese sido por usted, amadísima Elizabeth. Se lo debo todo. Me dio una
lección que fue, por cierto, muy dura al principio, pero también muy
provechosa. Usted me humilló como convenía, usted me enseñó lo insuficientes
que eran mis pretensiones para halagar a una mujer que merece todos los
halagos.
—¿Creía usted que le iba a aceptar?
—Claro que sí. ¿Qué piensa usted de mi vanidad? Creía que usted esperaba y
deseaba mi declaración.
—Me porté mal, pero fue sin intención. Nunca quise engañarle, y sin
embargo muchas veces me equivoco. ¡Cómo debió odiarme después de aquella
tarde!
—¡Odiarla! Tal vez me quedé resentido al principio; pero el resentimiento no
tardó en transformarse en algo mejor.
—Casi no me atrevo a preguntarle qué pensó al encontrarme en Pemberley.
¿Le pareció mal que hubiese ido?
—Nada de eso. Sólo me quedé sorprendido.
—Su sorpresa no sería mayor que la mía al ver que usted me saludaba. No
creí tener derecho a sus atenciones y confieso que no esperaba recibir más que
las merecidas.
—Me propuse —contestó Darcy— demostrarle, con mi mayor cortesía, que
no era tan ruin como para estar dolido de lo pasado, y esperaba conseguir su
perdón y atenuar el mal concepto en que me tenía probándole que no había
menospreciado sus reproches. Me es difícil decirle cuánto tardaron en mezclarse
a estos otros deseos, pero creo que fue a la media hora de haberla visto.
Entonces le explicó lo encantada que había quedado Georgiana al conocerla
y lo que lamentó la repentina interrupción de su amistad. Esto les llevó,
naturalmente, a tratar de la causa de dicha interrupción, y Elizabeth se enteró de
que Darcy había decidido irse de Derbyshire en busca de Lydia antes de salir de
la fonda, y que su seriedad y aspecto meditabundo no obedecían a más
cavilaciones que las inherentes al citado proyecto.
Volvió Elizabeth a darle las gracias, pero aquel asunto era demasiado
agobiante para ambos y no insistieron en él.
Después de andar varias millas en completo abandono y demasiado ocupados
para cuidarse de otra cosa, miraron sus relojes y vieron que era hora de volver a
casa.
—¿Qué habrá sido de Bingley y de Jane?
Esta exclamación les llevó a hablar de los asuntos de ambos. Darcy estaba
contentísimo con su compromiso, que Bingley le había notificado
inmediatamente.
—¿Puedo preguntarle si le sorprendió? —dijo Elizabeth.