Page 30 - Libro Polotitlán
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Esto fue agrícola y muy lechero, mi papá tenía el establo atrás de la casa, al igual que los del
portal Hidalgo, que sacaban a pastar a sus vacas después de la ordeña y a su regreso nueva-
mente las ordeñaban. La primera lechería fue de José Cabello. Por el tren embarcaba la leche
a México, también hacía algo de queso. El tren entonces era el mejor transporte, podía llevar
productos perecederos el mismo día del embarque, lo que permitía nutrir a la gran Ciudad
que ya contaba con uno y medio millones de habitantes. Aquí no había cantinas, eran pul-
querías, que básicamente venían de las haciendas que tenían magueyes para el consumo de
la hacienda y del pueblo.
Primero fuimos maestras de primaria y luego estudiamos de normalistas para dar enseñanza
superior. Tela inicia en 1946 y yo por 1952, hasta que nos jubilamos treinta años más tarde.
Poco después de que empezamos, el Gobernador Alfredo del Mazo hizo las secundarias y
preparatorias mixtas, entonces los padres de familia decían: “preferimos tener burros en el
cielo que sabios en el infierno”. Al tiempo se convencieron que esa convivencia era natural.
Era común ir a comer al río, hacíamos días de campo , cada quien llevaba su itacate, que
traíamos en una canasta: pollos cocidos, enchiladas de chile pasilla con queso, lolitos que se
les pone frijol adentro y postres de membrillo. Había un lugar que le llamaban la mesita,
jugábamos y cantábamos, siempre había alguien que llevaba su guitarrita.
La convivencia era caminar, meterse al río, descansar recostados en una manta y disfru-
tar los aromas del campo y del cielo. Esto todavía, no hace mucho, se hacía incluso en
la Ciudad de México. A mi también me tocó una juventud con esos momentos; la vida
enclaustrada de las nuevas generaciones focalizadas en pequeños aparatos que hacen de
todo, ha evacuado los campos, cuando mucho buscan un pequeño camellón donde sen-
tarse y comer acompañados de los zumbidos de los autos. El precio que están pagando las
nuevas generaciones auguran una mala salud, a nuestros padres y a nosotros nos tocó una
generación longeva y a las que vienen quien sabe.
Las procesiones en los días de fiesta religiosa como la de San Antonio congregaban al pue-
blo y así se veían los de a pie, los de a caballo y los de automóvil. Un momento donde la
vida de todos los grupos sociales permeaba y permitía cuando menos cruzar un saludo. La
calle era un lugar de encuentro de creencias, de diferentes formas de vestir y de soñar. Los
juegos pirotécnicos unificaban la vista de todos y a todos dejaba un buen sabor de boca,
ese era un instante de igualdad.
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