Page 195 - Mitos y cuentos egipcios de la época faraónica (ed. Gustave Lefebvre)
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204        MITOS Y CUENTOS EGIPCIOS DE LA ÉPOCA FARAÓNICA


       La célebre barca de Amón Usir-hat-Amon debía necesariamente ser re­
     parada o reemplazada de vez en cuando, y para ello se hacía traer made­
     ra de construcción de los bosques del Líbano. Era cosa fácil en los tiem­
     pos  del  poderío  del  Imperio  egipcio.  Pero  en  la  fecha  en  la  que  nos
     situamos, Egipto se halla en plena decadencia y no es muy respetado por
     sus antiguos vasallos. En tanto que en Tebas el poder está en manos del
     Primer Profeta de Amón  Herihor, en Tanis  Smendes y su esposa Ten-
     tamón desempeñan ya el papel de soberanos. Es en esta época justamen­
     te  cuando  se  hace  necesario  renovar  la  barca  sagrada.  Con  mucho  es­
     fuerzo  se  consigue  reunir el  dinero  necesario  para  comprar la  madera,
     pero como se temía que una embajada oficial sería recibida con aprensión
     por parte de los príncipes fenicios, se decide enviar a Biblos una estatua
     de  Amón,  llamada  «Amón  del  Camino».  Esta  estatua,  como  ya  señaló
     Golénischeff, era con respecto a Amón de Karnak lo que, en Laprincesa
     de Bakhtan,  Khonsu-que-gobierna-en-Tebas  con relación a Khonsu-Ne-
     ferhotep, un delegado plenipotenciario, encargado de representar al dios
     en el extranjero. Un alto funcionario, Unamón, recibe la orden de acom­
     pañar a la estatua, en calidad de «embajador humano».
       Unamón,  que  lleva  cartas  de  Herihor para los  «regentes»  de  Tanis,
     desciende pues al Bajo Egipto, y después  se embarca y se hace a la mar
     hacia las costas de Fenicia. En el primer puerto que toca le roban todo su
     dinero, y comienzan sus desventuras; éstas proseguirán en Tiro, en Biblos
     y en  Chipre,  sin  que conozcamos  la  conclusión, ya  que  el  final de  ma­
     nuscrito no nos ha llegado. El relato que hace Unamón de su viaje es gra­
     to de leer:  está redactado en un lenguaje  muy simple, próximo  al habla
     corriente, y despojado de los  clichés que muy frecuentemente estorban
     en  los  cuentos  del  Imperio  Nuevo.  La  simplicidad  no  es  sin  embargo
     obstáculo para expresar ideas elevadas; por ejemplo, en algunas pocas pa­
     labras queda subrayado el papel civilizador de Egipto: «Es de Egipto de
     donde surgió la perfección, de Egipto es de donde surgió la sabiduría» (1.
     2, 21). Ello no es incompatible con la energía y la grandeza: «Cuando ha­
     blo con fuerte voz al Líbano, dice el príncipe de Biblos, el cielo se abre,
     y los árboles se inclinan desde aquí hasta el borde del mar» (1.  2,  13). Al
     mismo tiempo que natural, el estilo de Unamón puede ser pintoresco: así
     por ejemplo cuando el autor muestra a Tjekerbaal «sentado en su aparta­
     mento, con la espalda vuelta hacia una ventana, j  las olas del poderoso mar
     de Siria girando hasta (la altura de) su cuello.» (1.  1, 48). Al realismo se añade a
    veces un matiz  de  melancolía, como  en el  siguiente pasaje:  «¿Acaso  no
    ves las aves migratorias, que por segunda vez bajan a Egipto? Míralas, van
     hacia la marisma. Y yo, ¿hasta cuando habré de permanecer aquí aban­
     donado?»  (1.  2, 26).  Estas pocas citas bastan para ilustrar la excepcional
     calidad de esta prosa alerta, clara y a menudo brillante.
       A su innegable valor literario  Unamón incorpora el mérito, precioso a
     los ojos del historiador, de documentarnos acerca del estado de las reía-
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