Page 16 - Confesiones de mi alumno
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―¿Viste a los locos de la calle?     ― levante la mano para señalar.


                  ―¡Sí profe!      ― respondiome


                  ―Esas personas han abusado del sexo y han malogrado su cerebro       ―quería


                  enseñarle también con el miedo, y mi temor era que ya no podía ayudarle ¡qué

                  tarde había llegado a ese colegio! Ojala hubiera venido antes, les hubiera   hecho

                   leer  las virtudes   de la  castidad,  les     hubiera narrado la vida   de Hércules, de

                   Sansón,  de  Moisés,  del  Cristo:   todos  verdaderos  hombres   que  cultivaron

                  esa  virtud.



                  Quería ayudarle, pero a la vez  despedirme de él, e ir a cenar, entonces soltó otra

                  pregunta.



                  ―Mis compañeros están hablando mal de mí    ―hablo lento y supe que estaba

                     triste.



                  ―¿Y qué has hecho para que hablen mal de ti?     ― le pregunte.



                  ―Creo que les insulte, profe      ―me respondió.


                  ―Pues deberías controlar tu lengua, te va   traer problemas       ―le  advertí.



                  ―¿Tú crees, profe?      ― me volvió a preguntar.


                  ―Sí. Aprende de Santiago quien dijo: “el que no   ofende con la palabra, es varón

                   perfecto”.  Nada  más  dije, le estreche   la mano luego para despedirme, pero él


                  quería seguir conversando: era terco  el muchacho.


                  ―Me voy a cenar, tengo hambre       ―le dije y nos separamos, el para su  casa,

                  que quedaba a una hora del colegio y yo a mi humilde cuarto hecho de barro.




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