Page 7 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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C a p ít u l o p r im e r o
La protohistoria de Italia
La alargada península itálica, de unos 1.350 Ion de longitud por 120 km de an
chura —su amplitud máxima es de 225 km—, constituye la central de las tres pe
nínsulas que se adentran en el mar Mediterráneo. Está bañada por los mares Adriá
tico al este, Jónico al sur y Tirreno al oeste. La cordillera de los Apeninos, desde el
collado de Cadibona, al norte, hasta el extremo occidental de la isla de Sicilia, la
recorre en toda su extensión a modo de gran espina dorsal entre los mares Adriáti
co y Tirreno.
Italia está regada por tres principales ríos: el Po, el Arno y el Tiber, y se halla se
parada del resto de Europa por los Alpes, barrera que nunca supuso ningún obstácu
lo insalvable, pues cuenta con diferentes pasos accesibles que la vinculan al continen
te. Por debajo de tal barrera se halla la gran llanura del Po (conocida usualmente
como «llanura padana»), de forma triangular, abierta al golfo de Venecia.
La Italia peninsular está atravesada por los precitados Apeninos, una cadena alpi
na joven, cuya morfología varía de norte a sur, formando a su vez diferentes sucesio
nes montañosas: Apenino septentrional o tosco-emiliano, Apenino central —aquí
con la máxima altura de todo el sistema, el Gran Sasso (2.921 m), en el macizo de los
Abrazos— y Apenino meridional (lucano y calabro), casi en contacto con el mar.
Un rasgo original es el vulcanismo, que todavía permanece activo en el Vesubio
y en las islas itálicas, con el Stromboli y el Etna, éste en Sicilia, isla de gran persona
lidad y que recibe todavía las últimas estribaciones apenínicas (montes Nebrodi).
La isla de Cerdeña, asimismo montañosa, y situada por debajo de la de Córcega,
completa la Italia insular.
Desde tiempos muy remotos la península itálica ejerció una gran atracción para
numerosos pueblos, dada la facilidad de sus accesos, tanto terrestres como maríti
mos, sus riquezas naturales en bosques, pastos y minerales, su agradable clima —aun
que no uniforme— y la feracidad de sus tierras. La destreza y la aplicación al trabajo
de las gentes que en ella se establecieron sucesivamente pudieron suplir la falta de
precipitaciones y hacer frente a la accidentada orografía de muchos de sus sectores
peninsulares.
Tal particularidad orográfica favoreció, desde sus orígenes, la formación de ámbi
tos geográficos específicos, aunque no aislados del todo, lo que motivaría la carencia,
durante muchísimo tiempo, de sentimientos de unidades supraterritoriales y un an
cestral apego a particularismos, lenguas, usos, costumbres e instituciones locales rea
cias a tendencias unificadoras.
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