Page 10 - Lara Peinado, Federico - Los etruscos. Pórtico de la historia de Roma
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Aunque continuaron habitando en cavernas, chozas y fosos, aquellas poblaciones no
       permanecieron aisladas, sino que muy pronto recibieron influencias tanto orientales
       —Sicilia por su situación geográfica fue visitada por gentes prehelénicas— como del
        centro de Europa, sobre todo de las áreas alpinas.
           Pasados algunos  milenios, y ya en época Eneolítica (alrededor del 2500 a.C.),
       unas nuevas gentes, tal vez procedentes de Europa central, que utilizaban el cobre
       y el oro y practicaban la agricultura —representadas especialmente por las estacio­
       nes de Remedello di Sotto, Rinaldone y Gaudo—, conocedoras también del vaso
        campaniforme  y sin  permanecer  ajenas  a  estímulos  orientales,  hicieron  su  apari­
       ción en Italia.
           De aquellas gentes, que lograron mantener su civilización hasta bien entrada la
       Edad del Bronce, han llegado algunos enclaves que tuvieron un claro carácter fune­
       rario: Guardistallo, cerca de Cecina; Monte Bradoni (Volterra); Battifolle (Cortona),
       y Corano (Grosseto).
           La zona meridional italiana, por su parte, y además de su desarrollo propio, que­
       dó ligada a las influencias mediterráneas, que recibió de Tesalia e incluso de Creta.


       La Edad del Bronce

           Entre el 1800 y el 1600 a.C., Italia entró en la Edad del Bronce, conociéndose la
       técnica, manejo y empleo de tal metal tanto en las zonas sureñas (Sicilia, entonces vi­
       viendo su segundo período sículo, según la clasificación de P. Orsi) como en las sep­
       tentrionales. El modo de vida, según ha testimoniado el material arqueológico que
       se ha podido recuperar, fue muy similar en ambas zonas, dedicándose las gentes,
       que vivían, bien en cabañas de pequeños poblados de altura o de ladera, bien en es­
       taciones de grutas, a la ganadería y, en menor grado, a la agricultura. Conectándose
       entre sí por la cadena de los Apeninos, sus poblaciones se irían a homogeneizar, dan­
       do con ello paso a la cultura apenínica, estudiada en su día por S. Puglisi.
           Por su parte, en los valles del Po y del Adigio se desarrollaron, a partir del 1600 a.C.,
       las civilizaciones de las terramare y de los palafitos, venidas del norte de los Alpes. La
       primera civilización aludida recibe el precitado nombre de  terramare (del italiano
       terra mamosa, «tierras grasas», ricas en sustancias orgánicas) por la especial disposición
       de sus poblados, levantados en tierra firme sobre estacas o terrazas artificiales a fin de
       defenderse de las avenidas e inundaciones de los ríos. La segunda, la de los palafitos
       (del italiano Palajffito, «poste hincado en el suelo»), por haber levantado sus aldeas so­
       bre estacas, hincadas en zonas pantanosas o a orillas de lagos, para evitar así el barro
       y la humedad.
          Aunque exteriormente terramare y palafitos presentaban un aspecto muy parecido,
       ambos  sistemas  constructivos  respondían  a  necesidades  de  dos  tipos  de  sociedad
       muy concretas,  en absoluto idénticas, y circunscritas  a sus específicos ámbitos geo­
       gráficos.
          Entre las terramare hay que hacer alusión a las estaciones de Castione dei Marche-
       si y de Castellazzo di Fontanello, ambas en la provincia de Parma.  El ejemplo más
       ilustrativo, por otro lado, de aldeapalafítica tal vez lo sea Peschiera, ubicada en la ori­
       lla meridional del lago Garda.
          Debe indicarse que la civilización de las terramare influyó muy poderosamente en
       la cultura apenínica,  de  estructura  económica  mixta,  más  pastoril  que  agrícola  (ésta

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