Page 174 - ¿Y si quedamos como amigos?
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CAPÍTULO DIECISIETE
Es curioso que la opinión que tienes de un baile pueda cambiar de la noche a la
mañana. El baile de invierno siempre me había parecido una bobada. Se celebraba sólo
tres meses después de la fiesta de bienvenida y tres antes del baile de graduación. ¿De
verdad hacía falta otro motivo más para que la gente se pusiera histérica con los
vestidos, los ligues y todo el melodrama que rodea ese tipo de acontecimientos?
Ahora bien, ¿qué pasó cuando un universitario muy mono me pidió que lo
acompañara? Bueno, en ese caso… ¿quién era yo para criticar la tradición? Además,
todos sabemos lo mucho que agradecía las distracciones.
Alex me llevó a cenar el fin de semana anterior al baile. Fue un cambio agradable
eso de que un chavo viniera a buscarme por una vez, en lugar de ser yo la que lo llevara
de un lado a otro constantemente. Si bien estaba encantada de ayudar a Levi, seguía
siendo una obligación.
Cada vez que podía, le echaba una ojeada a Alex por encima de la carta. Sólo me
rebasaba unos centímetros, pero tenía buen cuerpo, los hombros anchos, el pelo y los
ojos oscuros; opuesto a Levi en casi todo. No atinaba a comprender por qué quería salir
conmigo, una niña de secundaria.
—Eh —Alex me sonrió—. ¿Te acuerdas de aquella vez que fuimos al condado de
Door con nuestras mamás, cuando éramos pequeños?
Noté una agradable sensación en el pecho al recordar aquel viaje. Su mamá y la mía
habían sido muy amigas. Así que, en cierto sentido, Alex había sido mi primer amigo
íntimo. Como un ejercicio de calentamiento para la llegada de Levi.
—Sí, pero, por lo que yo recuerdo, la idea de pasar las vacaciones con una chica no
te hacía ninguna gracia. ¡Iuuuu! —arrugué la cara.
—Porque era un idiota.
Claro que recordaba aquella semana en el condado de Door. Yo tenía seis años y
Alex, ocho. Habíamos ido a nadar, a pasear entre los cerezos… Nos habíamos atascado
de cerezas; las manos y los labios manchados de rojo, las panzas llenas.
—Recuerdo que tu mamá llevaba un sombrero enorme —estiró los brazos—. Era un
sombrero glorioso.
Aquel sombrero. Todavía la recuerdo llevando su sombrero a rayas blancas y negras.
El ala le llegaba casi hasta los hombros.
—Bueno, mi mamá y yo siempre hemos sido muy pálidas. ¿No te acuerdas de cómo
me quemé?
—¡Sí! —negó con la cabeza—. Tu mamá te sacó al jardín y te roció con vinagre.
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