Page 36 - ¿Y si quedamos como amigos?
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          ustedes. Contribuye a la sociedad, que es más de lo que se puede decir de ustedes. Así

          que, ¿quién es el que sobra aquí?
             El encargado se acercó.
             —¿Está todo bien?

             Los chicos farfullaron que sí, pero  Macallan no pensaba dejar que se libraran tan
          fácilmente.
             —No, no está todo bien. Estos caballeros —pronunció la palabra con infinito desdén
          — estaban molestando a uno de sus empleados que, por cierto, está haciendo un trabajo
          excelente.

             —Sí —asintió el encargado, que debía de tener la misma edad que los revoltosos—.
          Hank es uno de nuestros mejores empleados. Hank, ¿por qué no descansas un poco?
             Hank agarró su jerga, recogió las charolas de la mesa y se alejó.

             El encargado aguardó a que el chico se marchara. Luego se volteó hacia la mesa del
          grupito.
             —Voy a tener que pedirles que se vayan.
             Ellos se rieron.
             —Da igual. De todas formas, ya nos íbamos.

             Cuando se levantaron para marcharse, uno de ellos me empujó al pasar diciendo:
             —Tendrás que ponerle un bozal a tu novia.
             Yo me había quedado allí callado, sin hacer nada. Macallan les había plantado cara

          a aquellos maleducados mientras yo lo miraba todo pasmado.
             Macallan platicó unos instantes con el encargado y, por fin, él le dio las gracias por
          haber intervenido.
             —Te felicito por lo que hiciste. Por desgracia, esas cosas pasan.
             —Pues no deberían —replicó ella con frialdad.

             Cuando regresamos a la mesa, de nuevo a solas, le pregunté:
             —¿Estás bien?
             —No. Odio a esa gente. Se creen mejores que Hank. Y seguramente se creen mejores

          que tú y que yo. Me pone mal que esos idiotas vayan por ahí metiéndose con la gente
          sin que nadie les diga nada. Te aseguro que Adam trabaja más en un solo día de lo que
          trabajarán esos tipos en toda su vida.
             Nunca había visto a Macallan tan enojada. Sabía que no aguantaba las estupideces,
          pero no tenía ni idea de que la sacaran de quicio hasta tal punto.

             —Tienes razón —le dije—. Y estoy orgulloso de ti. Además, juro que nunca te haré
          enojar. Aluciné.
             Una sonrisa se abrió paso en su semblante.

             —Lo siento. No puedo evitarlo.
             —No, lo digo en serio. Fue alucinante. Nunca te había visto así. Lo tendré en cuenta.


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