Page 41 - ¿Y si quedamos como amigos?
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          pimiento  (de  tal  modo  que  los  huevos  parecían  diablos)  y  cupcakes  decorados  con

          palomitas dulces. Y, por supuesto, sus inigualables bocadillos de carne de cerdo.
             —¡Todo se ve increíble, Macallan! —Emily la abrazó.
             Habíamos decidido disfrazarnos de personajes de Grease. Las chicas iban de Damas

          Rosas,  mientras  que  los  chicos  nos  habíamos  vestido  de  T-Birds.  Emily  se  había
          disfrazado de Sandy con una chamarra de cuero, ropa negra y unos zapatos rojos. Se
          había rizado el pelo, que era oscuro y liso cuando lo llevaba al natural, y le había dado
          tanto volumen que casi no se la reconocía. Si Emily era Sandy, supongo que a mí me
          tocaba hacer de Danny. Los chicos lo teníamos fácil; sólo tuvimos que buscar playeras

          blancas  y  escribir  en  ellas  “T-Birds”. Algunos  llevábamos  chamarras  de  cuero. Yo
          agarré la vieja chamarra de motociclista de mi papá (mi mamá lo obligó a deshacerse
          de la moto cuando quedó embarazada). Las chavas habían comprado playeras rosas y

          habían  escrito  “Damas  Rosas”  con  tinta  de  brillantina.  Completaron  el  disfraz  con
          faldas amplias, diademas de color rosa y cardados en el pelo.
             El señor Dietz, Adam y los padres de Emily se quedaron en la cocina mientras la
          fiesta transcurría en la sala y en el comedor. Casi todos los chicos que no pertenecían a
          nuestro  grupo  se  habían  disfrazado  de  jugadores  de  futbol  o  de  vaqueros,  lo  cual

          significaba básicamente una playera a cuadros y un sombrero de cowboy. Fueron las
          chicas las que se esmeraron al máximo: maestras, colegialas de uniforme y en general
          cualquier cosa que requiriera un disfraz llamativo y un montón de maquillaje.

             No podía quejarme.
             —¡Eh, California! —me gritó Keith. Estaba sentado en el sofá, delante de la tele—.
          Te toca.
             Me tiró un control y me apoltroné a su lado.
             Estuvimos jugando con la consola durante cosa de una hora. De vez en cuando, Keith

          se  burlaba  de  mi  acento,  de  mi  disfraz  (que  era  idéntico  al  suyo),  de  mi  pelo  (que
          llevaba corto desde hacía dos meses, pero él no se había percatado) y de casi todo lo
          que decía. Yo lo soporté estoicamente. Keith trataba así a sus amigos.

             —Hermano, el próximo fin de semana en mi casa. ¿Te apuntas? —me dijo después
          de que le ganara una pelea de boxeo.
             No tenía ni idea de qué fin de semana era ése ni de lo que haríamos en su casa, pero
          asentí.
             Tenía novia, una amiga íntima alucinante y un grupo de amigos.

             La vida empezaba a sonreírme.











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