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U,-LOS GR.ANDES HOMBRES

aquellos lugares. Al llegar a cierto punto; de 1
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un lado el río y de otro- las rocas estrechaban . !
de tal modo el camino que había mom~tos en
que ap,emts~i podían marchar de frente cua-
tro hombres armados. Y hay que decir que
Clito y Glaucias, los jefes enemigos, habían
apostado en las montañas numerosas comp=-i-
ñías de ballesteros, honderos y gente bien ar-
mada.
Y cuéntase que Alejandro, que había colo-
cado delante de las alas de su falange dos-
cientos caballeros, les ordenó que levantasen
sus lanzas, y que en seguida las bajasen hacia
los enemigos como si se dispusiesen a atacar-
los, y que luego se volviesen precipitadamen-
te, ya a un lado, ya al otro. Y mi~ntras con
esta estratagema de las avanzadas mantenía
. suspensos a los enemigos, atendía a su falan-
ge a la que unas veces hacía avanzar acelera-
damente, otras la volvía a juntar en 11;n solo
cuerpo, y, por último, habiéµdola ordenado
en forma triangular, la hizo acometer. a los
ilirios, que se hallaban a mano izquierda. Y
foé tal la sorpresa y el terror que a los ilirios
causó la prontitud y destreza de los macedo-
nes, que abandonaron las montañas de que se