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ALEJANDRO  MAGNO.-82

             frates.  Al  fin  lleg6  el  pesado  ejército  persa
             hasta Soco,  lugar no muy alejado de los des-
             filaderos que abren paso a la costa,  y, encon-
             trando  allí una  amplísima llanura donde  li-
             bremente  hubieran  podido  evolucionar  unos
             sesenta mil soldados, el rey persa eligió aquel
             lugar  para  acampar  allí  con  su  ejército.
             Amintas, que conocía bien el arte de la gue-
             rra, trató de convencer a Darío de que aguar-
             dase en aquella llanura, tan adecuada para su
             ejército  formidable,  el  empuje  de  los  m~ce-
             donios. Mas los aduladores de Darío le habían
             convencido de que Alejandro tenía miedo de
             sus soldados, y  de que el ejército macedonio,
             sólo a la vista del persa, se apresuraba a huir,
             y, no pensando en resistirle, sino más bien en
             perseguirle  y  castigarle,  Darío  dió  orden  a
             sus tropas  de  seguir adelante.  Como  debían
           • bajar hacia  las costas  de  Cilicia a  través de
             montañas y desfiladeros muy angostos, el rey
             persa envió a Damasco su oro, su plata y sus
             más  preciosas  alhajas,  acompañadas  de ·una
             escolta muy ligera, y  continuó con  el grueso
             de su ejércjto--al que .seguían, según uso de
             aqu~lla .époc~.y1J.ación, su madre y su esposa
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