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En la naturaleza vemos la necesidad de la reproducción. Si el mundo animal y el
vegetal no se reprodujeran, las especies dejarían de existir, las plantas se extinguirían.
Lo mismo pasaría con la raza humana, desaparecería. Si en una familia no hubiera
varones que llevaran el apellido, a su tiempo, el apellido dejaría de existir.

En el mundo cristiano también vemos la importancia de la reproducción. La iglesia
debe reproducirse para suplir la demanda de Jesús de ir y hacer discípulos. La congre-
gación que no se reproduce no continuará en las siguientes generaciones y, lamenta-
blemente, tampoco podrá llevar el mensaje de esperanza.
La necesidad de plantar iglesias es tremenda.

Según estimaciones hay más de siete mil doscientos millones de personas en el mun-
do hoy, y de ellas, solamente dos mil trescientos millones se catalogan como cristia-
nas (aproximadamente un tercio de la población total del planeta). Aunque esta cifra
debiera ser revisada, debemos pensar cómo alcanzaremos a este mundo necesitado.

Los grupos involucrados en las encuestas están en desacuerdo con la definición que
se sugiere para la palabra “cristianos”. La definición más sencilla se refiere a la persona
que cree que Jesucristo es Dios. Entonces, distinguir entre quienes son cristianos y
aquellos que pertenecen a una secta no es tan fácil. Añadamos a esto el hecho de que
nadie realmente sabe si una persona es cristiana de corazón o si dice serlo de la boca
para afuera. Esto es imposible para cualquiera, solo Dios conoce el corazón y sabe si
realmente alguien es cristiano o no. Las cifras podrían aceptarse pero, en el mejor de
los casos, no son más que una estimación de la cantidad de personas que se identifi-
can con el cristianismo de una manera u otra.
Además es imposible dar una cifra con certeza porque en algunos países occidentales
los cristianos que viven la fe han disminuido.

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