Page 216 - WORLD WC Antes de la Tormenta
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tensos con Genn, casi se había olvidado del silencioso paladín. Los dos hombres habían
           reaccionado diferente, pero con la misma repelencia.


                    Turalyon no tenía espada ni usaba armadura. Sin embargo, todavía se vislumbraba

           alto y poderoso en la catedral mientras se enderezaba en su estatura verdadera. Si Genn
           había sido golpeado por una furia angustiosa, Turalyon, uno de los primeros paladines de
           la Mano de Plata, estaba rebosante de ira justificada.


                    —Tú blasfemias a los que una vez fue un buen hombre —soltó—. Has robado su

           forma y lo paseas, usándolo como si fuera una pieza de ropa. Tu boca rota no sirve para
           nada  excepto  escupir  sucias  mentiras.  Los  no-muertos  son  impíos.  Los  que  sean  tus
           poderes sacerdotales han venido de las sombras de la Luz, no de la Luz misma. Si queda
           algo en ti de ese buen y amable hombre que amé tanto, tú pedazo de carnaza, acércate a

           mí y lo explotaré hacia un olvido misericordioso.

                    ¿Cómo era posible que Turalyon no viera lo que veía Anduin? ¡El alto exarca

           había acogido a un señor del terror redimido como compañero y soldado! El joven rey, al
           principio, también había estado horrorizado. Pero, aunque el legendario paladín había

           encontrado más cosas oscuras sin dudarlo, incluidos renegados realmente malvados, que
           Anduin jamás encontraría, el hijo de Varian había visto valentía demostrada por una de
           las creaciones de Sylvanas. Se había aferrado al recuerdo de presenciar a Fandris Ferley
           siendo  asesinado  por  atreverse  a  oponerse  a  la  crueldad  innecesaria  y  a  la  violencia.

           Recordó  la  carta  de  Elsie,  cómo  casi  había  roto  su  corazón.  Había  visto  cosas  que
           Turalyon, en sus mil años de guerra contra la Legión, jamás había presenciado.


                    Y ahora Turalyon se estaba negando a ver algo —a alguien— que estaba de pie
           justo frente a él.


                    —Yo creé la Orden de la Mano de Plata —lo amonestó Faol, su voz volviéndose
           más fuerte—. Vi en ti algo que nadie más tenía. Eras un buen sacerdote, pero eso no era

           lo que la Luz quería que fueras. La Luz necesitaba campeones que pudieran pelear tanto
           con las armas de la humanidad como con el amor y el poder de la Luz. Los otros eran más
           fuertes con lo primero y vinieron a la Luz después. Tú eras lo contrario. Eran amables,
           buenos hombres. Eran paladines nobles. Pero todos se han ido y tú te has convertido en

           el alto exarca de la Luz. Eres demasiado sabio, Turalyon, para negar la verdad. Niega eso
           y estarás negando a la propia Luz.


                    Para Horror de Anduin, Faol cerró la distancia entre él y el paladín. Abrió los
           brazos. Turalyon tembló y sus puños se apretaron, pero no atacó.


                    —Busca  la  Luz  en  mí  —le  indicó  Faol—.  La  encontrarás.  Y  si  no  lo  haces,

           entonces te ruego que acabes conmigo, pues no deseo existir como un cadáver roto que
           la Luz ha abandonado.


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