Page 21 - 100 años P. Cándido
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Por Roberto Castillo
“Chica, chica, se te van a quemar los frijoles”
Al P. Cándido, lo experimento, cuando pienso en él, como la imagen más cercana de Luis Amigó, como
el primer encuentro con el P. Fundador. A mí me marcó, porque de niña, recuerdo su cercanía, su ternura,
así veo yo al P. Luis. No sé si el P. Luis ilumina a Cándido, o el P. Cándido me refleja una característica espe-
cial de Luis Amigó.
No recuerdo exactamente cuando lo conocí por primera vez. Solo recuerdo que, como ellos tenían vacas, y
mi abuela les daba el vástago, -a comida de las vacas-, él siempre andaba de un lado a otro, trayendo y de-
jando cosas para los animales, en un carro azul. Un encuentro personal, lo tuve como a los ocho años,
cuando me nació la idea de ir a confesarme con él; no sé si en el catecismo me habrán dicho algo o qué.
Después de la escuela, pasaba con dos amigos a confesarme, -según yo-, con él. Pero, en realidad lo que
buscaba era hablarle y que me diera una caricia en la mejilla.
Lo que más recuerdo de él es su ternura, su candor. Él era como un papá, pero sobre todo, como un abuelo.
Ahora, yo creo que él es modelo de una plena vida consagrada. A partir de lo que experimenté de él, y de lo
que representa para mí, se convierte en algo más significativo, porque los discursos y las palabras hoy
día, no tienen cabida, mucho menos para los jóvenes. A lo que el carisma nuestro debe responder, es, a esa
cercanía, a esa ternura, a ese afecto que yo vi en el P. Cándido desde pequeña. Para los Amigonianos es
una necesidad, es un llamado a vivir desde allí.
Él fue Cándido de nombre y de corazón. Al respecto, recuerdo que, mientras era postulante, hicimos una
semana de formación amigoniana. En una de las ocasiones fuimos al seminario y le pidieron al P. Cándido
que narrara su encuentro con el P. Luis Amigó. Escucharlo, me conmovió tanto que, yo no me pude resistir
y fui a buscarlo para besarlo y abrazarlo, porque para mí, era él, la viva imagen de Luis Amigó.
Antes de que él falleciera, le escribí una carta en donde la manifesté mi agradecimiento, lo que él signifi-
caba para mí. Cuando me di cuenta de que falleció, pensé en eso, y dije: ojalá le hayan leído lo que sentía, la
huella que dejó en mí.
Recuerdo también que, mi hermana y yo, pasábamos mucho tiempo en el Seminario, porque, cuando ter-
minaba la reunión de juventud amigoniana, nos quedábamos tomando café y charlando. Entonces, él -que
era cariñoso, pero tan bien muy enojado cuando la situación lo ameritaba, sobre todo cuando quería co-
rrernos-, me decía: “-chica, chica, se te van a quemar los fríjoles-”. Nosotras sabíamos que era el momen-
to de irnos a casa. Ante todo, él es la huella amigoniana que debemos tener: la ternura.”
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