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“Sentía una predilección por Colombia”







                          Por Carlos Rodríguez










           “Yo lo conocí, en el año 1972, cuando era novicio. Él vino a hacer visita canónica en Colombia y fue la
     oportunidad para conocerlo más de cerca. Nos dio algunas charlas y pudimos estar con él.”


           “El primer y más  grato recuerdo  que tengo de él, es su forma expedita, clara e inteligente de hablar,
     de dirigir la palabra, de compartir lo que él vivía en su fe. Lo segundo, era su rostro, su amabilidad por to-

     dos los religiosos, el interés por conocerlo a uno, saber el nombre, dónde y cómo se trabajaba. Sentía una
     predilección por Colombia, porque él había estado en los primeros años de la reeducación, todo esto im-

     pactaba. En los últimos años, compartíamos con él, porque venía a Colombia por lo de sus libros.”

           “Una vez, tuvimos la oportunidad de viajar de Bogotá hacia Medellín, en carro. Durante el trayecto
     hablamos mucho. Lo molestábamos mucho por su forma de hablar. En el curso amigoniano de renovación,

     viajamos juntos hacia Tierra Santa.”

           Me recuerdo que siempre me decía “Mira hijo”. Viajar con él, era hermoso, porque, podíamos aprove-

     char para descubrir un poco más a fondo a aquel hombre tan singular, cariñoso y especial para la Congre-
     gación.




                                                                    “Yo conocí al padre Cándido cuando fui enviado
                                                              aquí, a Costa Rica, el 7 de septiembre del año 1992.

                                                                    Para mí, el fue un hombre de toda una pieza;

                                                              un hombre coherente, un hombre centrado en Dios,
                                                              un líder, fraterno y que vivía de Dios sin tantos ro-

                                                              pajes, sin tantas burocracias. Él se fundamentaba
                                                              en Dios. Y como decía él: le bastaba quedarse ante

                                                              el Santísimo (aunque se   durmiera a veces) o hacer
                                                              cualquier  gesto.  Él  decía:  trabajemos,  yo  tengo  a

                                                              Dios conmigo, ¡Tenemos que trabajar! Siempre lle-
         “Vivía de Dios sin tantos ropajes”                   vaba el Diurnal a su lado y rezaba.  Simplemente, al

                                                              acercarte a él se notaba que estabas ante una per-
                                                              sona muy especial.
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