Page 12 - 100 años P. Cándido
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Una anécdota que tengo presente es que a nosotros nos habían prohibido jugar fútbol, porque el
       campo era bastante malo. Pero, él nos dijo “si queréis, podéis empezar a hacer el banqueo”. A nosotros

       que nos gustaba jugar, no tuvimos reparo en trabajar hasta de noche, para ver terminada aquella obra.
       Otra anécdota es, que mientras hacíamos tareas, yo estaba comentando algo de la clase, con compañeros

       del Seminario; entonces, él me llamó y me dijo “saca la lengua”, y me pegó en la frente; yo tenía temor de
       que me pegara, porque en aquella época así se acostumbraba, sobre todo la cachetada. Pero, no lo hizo.

       Solo me dijo “Cállate y vete”. Era muy cariñoso, muy bueno con nosotros. Exigente, pero muy bueno.

            Yo estoy convencido de que, su legado perdura, pero hay que avivarlo más. Un hombre trabajador,

       amante de los chicos, como decía él. Una anécdota interesante, al respecto, es que, cuando recibieron la
       Escuela de Trabajo San José, los religiosos, tuvieron que despertar a la mañana siguiente a todos los mu-
       chachos. Era un dormitorio grande, anti higiénico, con doscientos cincuenta o trescientos muchachos en

       un sitio sin ventanas. Y como a los trabajadores les hicieron creer que los dejarían sin trabajo, hubo una

       especie de sublevación hacia los religiosos, a tal punto que, les dejaron tener un arma a los muchachos. El
       P. Cándido estaba en un sector de la casa, conversando con el gobernador de Antioquia y con el general de
       la cuarta brigada del ejército, cuando llegó un niño pequeño y le dijo, “yo se quién tiene un revolver”. Se

       llevó al niño, y buscó al muchacho que tenía el revolver. Cuando lo tuvo de frente le dijo: “dame el arma que

       tienes”. Él joven contesto, “no tengo ningún arma”. Por dos veces más se repitió este diálogo, hasta que se
       cansó y le dio una cachetada, que lo tiró al suelo, y entonces le dijo, “dame el arma”. Él muchacho le dio el
       arma y el P. Cándido le dijo: “vete ya para tu grupo”. Al ver aquella situación, el gobernador dijo: “Coronel,

       si quiere nos podemos ir, porque ya aquí hay un hombre que manda”. Años más tarde, como en la década

       de los ochenta, cuando el P. Cándido estuvo de visita en la casa Provincial en Bogotá, le recordé esa anéc-
       dota. Él me dijo: “¿y tú cómo te sabes esa anécdota?” Y yo le dije: padre eso fue historia.

            Yo creo que él es un ejemplo para religiosos jóvenes, mayores y para todos, porque él era una perso-

       na íntegra, un hombre de gran amor a la Congregación, de un espíritu valiente, un espíritu que iba siempre
       hacia adelante; claro en lo que quería y hacía, que amaba a los religiosos y a los chicos, y que era muy es-

       tudioso. En todos los sitios donde estuvo, fue así como te digo. Cuando fue Superior General, le tocó la épo-
       ca de reforma de las Constituciones y de la Vida religiosa. Yo estaba en la Parroquia de San Bartolomé, en

       Bogotá, y él llegó a enseñarnos como debíamos aplicar los cambios a los que nos convocó el Concilio Vati-
       cano II. Él nos enseñó a integrar Laudes y Misa. Yo lo he tenido siempre como modelo, por ser claro y con

       una visión de futuro.

            A mí me dio duro cuando falleció. Antes de su muerte, estuve por España y lo vi ya cansado, medio
       perdido y eso me golpeó aún más, porque lo conocí con esa personalidad elegante y con mucha claridad

       mental. Cuando lo vi así ni me conoció. Ahora, su muerte, no fue una pérdida, sino, una ganancia para la

       Congregación, por tuvo entre sus miembros al P. Cándido Lizarraga. En vida, fue un hombre alegre, servi-
       dor, con mirada hacia el futuro; exigente, pero querendón. En él esta clarito el mensaje de Luis Amigó, “el
       amor exigente”. Además, que fue un vivo reflejo de generosidad en la vida religiosa.



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