Page 100 - SAN FERNANDO DE OCCIDENTE. ELEMENTOS DE SU TRADICIÓN
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Cuando de pronto oímos que los pájaros chillaban y levantaban el
vuelo.
Después, silencio total. Gruñeron los perros. El sudor perlaba mi
frente; inmovilidad completa; expectativa intensa. Se escucharon
leves ruidos de hojas secas pisadas por un animal grande. Un bulto
se acercaba, paso a paso entre hierbas y bejucos cautelosamente.
Monté el gatillo de la escopeta y esperé que aquella cosa se
acercara más. Y ahí lo tuve frente a mí, a unos cuarenta metros.
Reluciente, ágil y malicioso, con sus largos bigotes moviéndose
como antenas. Lentamente, como si presintiera algo, se acercaba.
Se acercaba, digo, hacía mí. Se detuvo, alzó la cabeza, olfateando.
Y ese fue el momento mío. Le mandé el tiro. Vi que se desplomaba,
me pareció.
Rápidamente cargue otra vez la escopeta. Miré, hasta donde era
permitido ver a través de la maraña. Escuche en el silencio.
Nada. Nada veía tampoco. Antonio me llamó preguntándome si le
había dado al tigre.
- Lo tumbé, pero no he podido ver donde cayó. Le conteste.
Fue una imprudencia haber hablado, pensé enseguida; y por eso
cambie un poco la posición que tenía. Nada se oía; ningún ruido
denunciaba el peligro que me asechaba. De pronto sentí venir por
el aire, un enorme bulto. No tuve tiempo para enderezar bien la
escopeta hacía la dirección que traía. Sin embargo, apreté el
gatillo, pero por segunda vez no di bien en el blanco,
desgraciadamente. Se me vino encima. Solté la escopeta y le
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