Page 99 - SAN FERNANDO DE OCCIDENTE. ELEMENTOS DE SU TRADICIÓN
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Pasaron los meses y el tigre seguía cebado, llenando de
preocupaciones a la gente de los contornos, máxime cuando en
varias ocasiones se le vio cerca de las casas de mi propio pueblo. Y
una mañana de un día cualquiera de marzo se presentó a mi casa
Antonio Reina, un primo de mi mujer, para decirme:
- ¡Hola, Pepe! Hoy es el día.
- ¿El día de qué hombre? – le conteste, quitándome la cachimba de
la boca y sentándome en el chinchorro.
- El día del Tigre maldito. Anoche se llevó otra ternera. Le seguimos
el rastro y encontramos donde es que tiene el tapao.
- ¿Dónde encontraron el tapao?
- De este lado de la ciénaga de Huracán, por el camino de Santa
Elena –dijo Antonio.
- Voy a alisar la escopeta. Tú llévate los perros.
Cargué bien las cápsulas con gruesos perdigones y afilé mi cuchillo
de raza. Almorcé; me acosté luego sobre mi chinchorro y encendí
mi cachimba. No pude dormir como otras veces.
Las dos de la tarde, hora de marcharnos. Y al partir todos nos
desearon buena suerte. Mi mujer se me acercó, me tendió el brazo
y me dijo:
- Cuídate, José. Mira que es muy peligroso dispararle a un tigre.
- Despreocúpate. Tengo confianza en mi escopeta.
Nos acompañaban cuatro perros tenidos por cazadores, atraillados.
Llegamos al lugar donde estaba el tapao. Y nos pusimos al acecho.
A unos pocos metros de mi se situó Antonio con los perros. Eran
como las tres de la tarde. Esperamos media hora, supongo yo.
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