Page 101 - SAN FERNANDO DE OCCIDENTE. ELEMENTOS DE SU TRADICIÓN
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aguanté el empuje a pecho limpio. Pude agarrarle las dos patas
delanteras y rodamos por el suelo.
- ¡Toño! ¡Toño!. ¡Los perros! - Grité con angustia.
Antonio soltó los perros, corriendo él mismo en mí ayuda, con la
rula entre las manos.
- Huca, perro! ¡Huca! – Oia que les gritaba.
Famosos canes. Cuando llegaron donde yo luchaba con el tigre y
oyeron la bulla horripilante, huyeron con sus rabos entre las patas.
Antonio logró llegar y alzando el machete lo descargó sobre el
tigre, pero no le recibió el animal sino yo, precisamente en el brazo
izquierdo. Y no pudo más; dejó caer la rula y salió disparado
también, igual que los perros.
- ¡Toño! ¡Toño! – le grité. Pero no podía oírme. Huía el tipo como
alma que se la lleva el diablo.
Seguimos revolcándonos. Yo echando grandes carajos y
maldiciones, para darme coraje y tratar de acobardar al fiero bicho.
Me creí perdido para siempre; se me agotaban las fuerzas. ¡Pobre
José Fernando! En eso me acordé del cuchillo que debería llevar en
el cinto; lo busqué con afán y allí lo encontré. Lo saqué en fracción
de segundos, y poniendo en ello toda mi alma le descargue el
golpe, hundiéndole la hoja hasta la empuñadura, entre las costillas.
Y eso fue mi salvación. Un potente rugido retumbó por todo el
ámbito del monte, y dando brincos largos y rápidos se perdió el
felino en el matorral circundante.
Solo y ya libre del peligro, me levanté turulato, con golpes y
rasguños, una cortada de machete, lleno de tierra, brizna de hierba
y sangre. Recogí la escopeta y tomé el camino de retorno a mí
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