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Lamentaciones de Job, interpretadas artificialmente a lo amoroso por el
galante y dramático poeta Garcí Sánchez de Badajoz, deudo lejano suyo. El
jesuita Juan de Pineda solicitó a Garcilaso que devolviera las Lamentaciones,
en prosa, a su sentido espiritual, en un empeño que al cabo se frustró por
razones circunstanciales, o simplemente porque perdió interés en ello.
La segunda labor fue la historia de la expedición de Hernando de Soto
a la Florida, que pensó dedicar a otro pariente, Garcí Pérez de Vargas; ya que
los presuntos capítulos iniciales, desglosados, forman la Relación de la des-
cendencia del famoso Garcí Pérez de Vargas con algunos pasos de historia
dignos de memoria, información de carácter genealógico, fechada en Córdoba
el 5 de mayo de 1596, que se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacio-
nal de Madrid (ms. 18.109).
La Florida del Y nea
La idea de escribir la historia de la jornada a la Florida puede haberle
venido desde sus meses de Madrid, cuando encontró allí al viejo soldado
Gonzalo Silvestre, quien después de participar en la frustrada expedición
pasó al Perú, donde fue compañero del capitán Garcilaso de la Vega. Vuélto
a encontrar Silvestre en Córdoba, que tullido de bubas y de heridas se
había retirado a la cercana villa de Las Posadas, Garcilaso acudió donde él
para escuchar los copiosos relatos del hazañoso y malhumorado combatiente
y servirle --como él mismo declara- de redactor o de escribiente. Consta
que allí fue a verlo Garcilaso en 1587 y 1589. Fue en realidad una decisión
muy oportuna, porque Gonzalo Silvestre, achacoso por las viejas heridas
y la edad, falleció en el verano de 1592.
La información del veterano soldado era indispensable, porque Garcilaso
no había estado en la Florida, ni había alcanzado a Hernando de Soto, muerto
al borde del río Mississippi cuando el Inca no tenía sino tres años de edad.
"Por lo cual, viéndome obligado de ambas naciones, porque soy hijo de un
español y de una india --escribe el Inca-, importuné muchas veces a aquel
caballero escribiésemos esta historia", con el temor constante de que "si
alguno de los dos faltaba perecía nuestro intento, porque, muerto yo, no
había de tener quien le incitase y sirviese de escribiente y faltándome él no
sabía yo de quién podía haber la relación que él podía darme". Así a me-
nudo inquiría y escuchaba, tomaba notas, cotejaba otras fuentes. Le estimu-
laba sin duda, además, su familiaridad por esos años con el ilustre Ambrosio
de Morales, verdadero dechado para los historiadores españoles, que había
vuelto a Córdoba a pasar sus últimos días y allí acogió al mestizo cuzqueño
y "tomó por suyos sus trabajos". Llegaron también a sus manos dos rela-
ciones manuscritas de dos testigos presenciales de la expedición de Soto a
la Florida: las Peregrinaciones que le envió Alonso de Carmona y una
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