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China, a Roma ("el Cuzco en su Imperio fue otra Roma en el suyo"), pero
que es también diferente de todos y cuya visión ha quedado grabada gracias
en buena parte a las páginas del Inca Garcilaso.
El mestizaje y el paisaje peruano
Pero además de lo que Garcilaso nos cuenta de los Incas, hay otro
aspecto cautivante en su historia: lo que nos dice o nos insinúa de sí mismo.
A través del "comento y la glosa", a través de los vivos recuerdos infantiles
y de las anécdotas oportuna y galanamente incorporadas, nos presenta su
propio y puntualísimo retrato. "Pues soy indio", "yo como indio", "un
indio nacido entre los indios", exclama varias veces; pero su indigenismo es
pardal y relativo, porque por sus venas corre también sangre española que
él reconoce caudalosa y brillante. Es decir, es mestizo, y por lo tanto habla
de "los mestizos mis compatriotas'' y, como los incas, son también sus
"parientes" los mestizos. "A los hijos de español y de india, o de indio y
española --escribe con arrogancia-, nos llaman mestizos por decir que somos
mezclados de ambas naciones; fue impuesto por los primeros españoles que
tuvieron hijos en indias, y por ser nombre impuesto por nuestros padres,
y por su significación, me lo llamo yo a boca llena y me honro con él".
Y así como a través de sí mismo reconoce la integración racial y la
continuidad histórica de su patria, el Perú, tiene el mismo sentido integrador
en el campo geográfico. Para él, el paisaje peruano es siempre suyo, aunque
se encuentre en regiones disímiles. Con la elegancia admirable de su estilo
y con la gracia de narración de su relato, en los Comentarios Reales se des•
criben los anchos desiertos y los lagos, los pueblos que se derraman "a una
mano y a otra" del camino, la desolación intensa y solemne de la "punas",
el plácido regazo de los valles andinos, los escarpados y agrestes senderos
en los que alternativamente "se ven puntas de sierras tan altas que parece
que llegan al cielo, y por el contrario valles y quebradas tan hondas que
parece que van a dar al centro de la tierra". Otras veces son los arcabucos
de la vertiente oriental de los Andes, los ríos caudalosos que se cruzan por
acrobáticos puentes de criznejas. Más a menudo las cumbres fragosas, el
vuelo grave y sereno de los cóndores, el paso gracioso de las llamas, el es•
cenario de riscos y vertientes limitado en el fondo por la alta cadena de
montañas: "aquella nunca jamás pisada de hombres, ni de animales, ni de
aves, inaccesible cordillera de nieves".
En otras ocasiones lo que describe el Inca Garcilaso es la costa, con
poblaciones batidas por el viento que sopla siempre del sur, y al lado de un
océano pacífico a lo lejos y agitado en las playas. Sobre las altas olas, que re-
vientan sonoras y se engalanan y abrillantan de espuma, sesgan las frágiles
balsas de totora, en que los indios se arrodillan y avanzan golpeando el agua
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