Page 144 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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          Lari es pariente por el lado materno.
          Uilamasi es consanguíneo.
          Ayllumasi es miembro del mismo ayllu.
          Escribe el Doct. Bautista Saavedra en su Aillu Aimara:
          “El aillo tuvo sus leyes interiores, sociales,  y  agrícolas, que
     nos son conocidas por lo que de ellas queda en la organización
     interior de las comunidades indígenas de nuestros días.
          ”Según ellas, todo individuo casado tuvo derecho a un topo,
     o sea, a cinco mil varas cuadradas de terreno,  y  al advenimiento
     de cada hijo o hija, recibía respectivamente otro topo u otro medio
     topo.
          “El hijo casado emancipado arrastraba tras de   sí su lote
     respectivo  : no así la hija casada, la cual pasaba a participar del
     cultivo asignado a su marido.”
          La colonia tuvo el acierto de respetar aquella forma de pro-
     piedad colectiva  y  comunal que halló en uso entre las comunida-
     des antiguas, señoras que fueron del territorio.
          La República no ha tenido el de imitarla.
          La propiedad comunal indígena,   al adaptarse  al lecho de
      Procustes de las leyes republicanas, salió cercenada  y  herida de
     muerte.
          Entre lo colectivo de tiempos remotos  y  lo individual de tiem-
     pos presentes se labró, por tal causa, un abismo de cuyo fondo
     brotaron la codicia del gamonal insaciable  y  la depauperización
     inevitable del indio.
          Estudiando la organización aillal, Cual ella se ofrece a nues-
      tra mirada a la altura de los períodos Hattun Colla  y  Paucar
      Colla, encontramos que el gobierno del aillo, su célula fundamen-
      tal, incumbió al hilacata, o sea  al hermano mayor, después de
      haber correspondido a la hermana mayor,  y  antes que a ésta, a
      la madre.
          En las primerísimas épocas de América, en que la familia
      andina tuvo por misión crecer  y  multiplicar, para que un mayor
      número de consanguíneos concurriese a la defensa  y manteni-
      miento de la comunidad en ciernes, la madre pudo  y debió tener
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