Page 608 - El Misterio de Belicena Villca
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doce Camaradas iban detrás de mí, sin importarles ya nada de lo que les
rodeaba, sin contemplar la posibilidad de morir o vivir, sólo pensando en el ideal,
en la realización del ideal, en la Victoria Final de nuestros Estandartes.
Desde que dejamos el vivaque, la excitación de los dogos fue en aumento,
como si su presa se encontrase cada vez más cerca. Con mucha seguridad nos
guiaron por varias sendas descendentes, hasta dar con el cauce de un torrentoso
arroyo cuya corriente provenía de los montes Kuen Lun. Durante una hora, más o
menos, marchamos paralelamente a su orilla derecha, debiendo los monjes
kâulikas, en varias ocasiones, picar con las cimitarras para abrirse paso entre el
tupido espinillo.
Al cabo, llegamos a una magnífica cascada de 50 mts. de caída, y allí
obtuvimos la primer prueba de que no ibamos desencaminados. Frente a
nosotros se erigía la pared de un barranco de piedra de 50 a 60 mts. de altura,
por donde se derramaba el agua del arroyo, y en cuya base existían inequívocas
señales de la presencia del hombre. En un pequeño claro había un minas, uno
de esos túmulos de piedra semejantes a las apachetas sudamericanas, que se
van formando en los “lugares sagrados” del Tíbet por la adición que todos los
lamas peregrinos hacen de una piedra pintada con signos correspondientes a
bijas de la Kâlachakra. En un nicho excavado en la pared de piedra, estaba el
motivo del minas: la escultura del Buda Viviente Maggogpa, el Maestro Rey de
Shambalá, Rigden Jyepo. Lo habían representado sentado en la posición del loto,
meditando, y en sus manos, una diminuta estatuilla de la Shakti Kâkinî sostenía
un Corazón sangrante, en cuyo centro estaba el signo de la Estrella de David,
indicador del Anâhata chakra. El conjunto correspondía al Símbolo de la Doctrina
del Corazón, el Yoga del Amor que deben practicar todos los adeptos que aspiran
a conocer la Kâlachakra. Su presencia allí era francamente amenazadora e
intimidatoria: sólo quienes fuesen adeptos Iniciados en la Doctrina del Corazón
podrían seguir viaje hacia la Puerta de Shambalá. La aceptación de tal condición
se demostraba agregando una piedra con el nombre escrito con sangre, al túmulo
del minas.
Nos detuvimos solamente quince minutos en aquel lugar, ya que los dogos
insistían briosamente en continuar la búsqueda y exigían un esfuerzo
sobrehumano para contenerlos. Durante ese tiempo, mis Camaradas exploraron
el sitio y descubrieron que varias sendas llegaban y partían: los perros daivas, tal
vez para acortar camino, nos condujeron por zonas del todo intransitadas. Pero
se veía que aquella “Puerta de Shambalá” había sido visitada con frecuencia
dado el volumen del minas, o al menos desde hacía bastantes años.
–¡Von Grossen, Von Sübermann, miren esto! –gritó Heinz Schmidt, que
estaba entretenido examinando las piedras del minas.
Tenía una piedra en la mano y me la alcanzó. Observé que aparecía
escrita con sangre en dos de sus caras: una resultaba ilegible, pues sus signos
eran desconocidos para mí, pero la segunda inscripción me estremeció el
corazón: decía, en correcto alemán: Ernst Schaeffer.
Sin decir palabra se la pasé a Von Grossen y llamé a Srivirya y a Bangi. –
¿Podéis decirme que lengua es ésta? –indagué.
–Es Zenzar, el idioma sagrado de los Bodhisattvas de Chang Shambalá.
El Arhat Djual Khul, que guía a los alemanes, les ha de haber revelado ciertas
fórmulas de la Kâla-chakra para escribir en las piedras –explicó Srivirya.
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