Page 607 - El Misterio de Belicena Villca
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filo de sus cuchillos, y aguardaban la voz de marchar con una mano apoyada en
                 el pomo de las cimitarras; los alemanes se proveyeron de cargadores y granadas
                 de palo, y reemplazaron los fusiles Mauser por las metralletas Schmeisser.
                 Aunque las órdenes de Konrad Tarstein,  idénticas a las que recibiera Von
                 Grossen del S.D., me exigían sumarme pacíficamente a la expedición de Ernst
                 Schaeffer, Yo dudaba que ello fuese posible ahora. Y tampoco lo consideraba
                 posible Von Grossen y los otros oficiales  . No después de haber entrado en
                 aquel Valle de los Inmortales, después de haber visto esa región paradisíaca en
                 medio de las nieves eternas, ese oasis en las alturas de Kuen Lun. Tal sitio no
                 podía existir sin vigilancia. Y los guardianes no estarían dispuestos a dejarnos
                 avanzar ni retroceder. Guardianes que, presentíamos, serían terriblemente más
                 peligrosos que los duskhas.
                        Apenas habíamos ingresado en el Umbral del Valle cuando nos detuvimos
                 y acampamos. Si eramos vigilados, los  guardianes del Umbral no tardarían en
                 actuar; de allí nuestros aprontes, la certeza de que algo nos amenazaba y habría
                 que enfrentarlo. Buscábamos a Schaeffer, ése era el objetivo principal, pero
                 entonces la realidad era que nos hallábamos en un Valle del Infierno.
                        –Nada nos indica que Schaeffer haya tomado este rumbo, y mucho menos
                 que haya pasado por aquí, pero creo que ahora da lo mismo avanzar o retroceder
                 –concedió Von Grossen–. La  verdad es que este Valle  no existe en nuestro
                 Mundo: ¡de todos modos, da lo mismo ir hacia una dirección que otra!

                        Los porteadores holitas se negaban a continuar.  Mas tampoco sabían
                 cómo volver, por lo que fue menester separarnos nuevamente. Se quedaron con
                 ellos los mismos dos lopas, monjes de edad  avanzada  pero igualmente
                 peligrosos, los yaks, zhos, y la totalidad de los caballos. Pese a que no había
                 nieve por ningún lado, y el clima era primaveral, las cimas de los montes Kuen
                 Lun se veían demasiado cerca para suponer que los caballos nos fuesen útiles
                 por mucho tiempo.

                        De esa manera, partimos los cinco alemanes, los siete lopas, y el gurka,
                 Camaradas del Espíritu Eterno, trece héroes en su instancia absoluta. Dí la orden
                 mental a los perros daivas y éstos salieron en la misma dirección que seguían el
                 día anterior.
                        –No se puede negar que es Ud. persistente –gruñó Von Grossen al
                 comprobar el rumbo tomado.
                        Pero Yo no disponía de tiempo para atenderlo a él ni a nadie más. Kâla, el
                 Tiempo Devorador, era ahora la Muerte  Mrtyu frente a nosotros, un instante
                 definitivo en el que moriríamos o triunfaríamos, sin términos medios. Y en ese
                 instante de héroes, se requería de un Héroe entre los héroes, un líder que
                 transmitiese la orden carismática de luchar por el ideal, “por nuestros
                 Estandartes”, “aunque nosotros tengamos que morir”. Si el ideal se realizaba
                 finalmente, morir o vivir significaban un  honor o un triunfo,  cualquiera fuese el
                 caso. A ninguno debía preocupar morir o vivir sino la realización del ideal, la
                 imposición universal de nuestros Estandartes, la victoria de la Estrategia propia.
                 Esa era la orden carismática a mis Camaradas. A los perros daivas les mandaba
                 “sigan a Ernst Schaeffer” en el lenguaje del Yantra svadi. Y los perros Kula y
                 Akula seguían el rastro del traidor en una región que no estaba ni en la Tierra ni
                 en el Cielo. Y Yo seguía a los perros daivas, más allá de Kula y Akula. Y mis

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