Page 21 - Santoro, Cesare El Nacionalsocialismo
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Los alemanes nacionalistas se pusieron desde el primer momento al lado del
movimiento de Hitler y, lo mismo que los cascos de acero, se pasaron a sus filas. Pero,
como más tarde se pudo ver, algunas organizaciones relacionadas con el frente alemán
nacionalista habían admitido elementos comunistas, lo que condujo a la prohibición de
tales organizaciones. En consecuencia, de completo acuerdo con el Canciller, los jefes
nacionalistas alemanes decidieron la disolución de su partido. Los antiguos miembros
del Frente alemán nacionalista fueron reconocidos por el Canciller como “combatientes
de la Alemania nacional gozando de iguales derechos.”
El partido del Centro que hasta entonces había sido considerado como baluarte
inexpugnable del clericalismo y que, en la sesión del Parlamento del 23 de marzo de
1933, había votado a favor de ley de plenos poderes siguió este ejemplo.
Otro tanto ocurrió con los partidos menores. Las asociaciones obreras marxistas se
disolvieron; más tarde siguió la disolución de las asociaciones obreras restantes y la de
las ligas patronales así como el ingreso de todos los trabajadores -manuales e
intelectuales- en el Frente alemán del trabajo, acabado de fundar.
La ley del 14 de julio de 1933 prohibió so pena la formación de nuevos partidos. Por
último, el 1º de diciembre de 1933, el Gobierno decretó la ley “para asegurar la
unificación del Partido y del Estado” que en su párrafo primero proclama al Estado
nacionalsocialista como el resultado de la revolución nacionalsocialista. Según esta ley,
“el Partido obrero alemán nacionalsocialista es el símbolo de la idea del Estado alemán
y está ligada indisolublemente a éste.”
La unidad de espíritu, de voluntad y de ideología del pueblo alemán quedó así
restablecida de nuevo; dos años más tarde en la Asamblea del Partido, en septiembre de
1935, recibió su reglamento interno por medio de la “ley de la nacionalidad alemana” y
de decretos ejecutivos. Esta ley establecía que el ciudadano alemán era el único que
poseía todos los derechos políticos. Como ciudadano alemán se considera el nacional de
sangre alemana o de raza afín que por su conducta demuestre que esté dispuesto y
capacitado a servir fielmente al pueblo y a la nación. Ciudadano alemán es quien goza
de la protección del Estado alemán y se obligue expresamente a servirlo.
El complemento más importante de esta ley es el reglamento del 14 de noviembre de
1935, según el cual un judío no puede ser ciudadano alemán; no se le concede tampoco
la facultad del voto político ni podrá ocupar cargos públicos. El 5 del decreto define
claramente la noción de judío: se considera como judío aquel cuyos padres, abuelos y
bisabuelos son de raza judía por las ramas paterna y materna. Como judío se considera
además, bajo ciertas circunstancias, el que desciende de dos abuelos judíos de sangre
pura, no siéndolo los restantes ascendientes, y si pertenece a la religión judía o está
casado con persona de la misma raza judía.
La unidad política alcanzada por la nación ha encontrado su más clara expresión en los
plebiscitos verificados desde la toma del poder, sobre todo en las elecciones del 29 de
marzo de 1936. El pueblo alemán, con su votación de un 99 %, demostró su adhesión a
Hitler y a su política.
Unificación del Estado
De un modo tan enérgico se atacó en los primeros días de la toma del poder la reforma
de los gobiernos regionales. Esta reforma comenzó con el envío de comisarios a los
Estados federados en los que todavía no existía un gobierno de nacionalistas. Estos
comisarios debían hacerse cargo del mando, incluyendo la policía, para mantener la
seguridad y el orden públicos. Esto ocurrió sin incidente alguno; en todas las regiones se
facilitó la formación de una policía auxiliar. Al cabo de algunas semanas, todos los
gobiernos regionales que no habían capitulado fueron destituidos. Sólo quedaba por
vencer la resistencia encontrada en la Alemania del Sur.
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