Page 249 - Egipto TOMO 2
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254 HASTA TEBAS
agrisada y amarillenta superficie del desierto, sobre la cual vegetan innumerables plantas, por
demás raquíticas, viven miserablemente escuálidos reptiles, y vienen á ser mojones que
indican el mejor y más cómodo camino, las blancas osamentas de los camellos que sucum-
bieron á la fatiga del viaje. Cierto que una excursión á través del desierto es abundante en
privaciones; pero el ambiente es tan puro, tan ligero y sutil el aire que se respira, que
el
placer que en ello se experimenta compensa todos los inconvenientes. No es posible
imaginar, no habiéndola experimentado, la incomparable dulzura del descanso, después de
un dia de fatigosa marcha, á la hora en que empieza á gozarse el fresco de la noche, y las
brillantes é innumerables estrellas que tachonan la bóveda celeste envuelven al viajero en los
rayos de su tenue claridad. Nosotros hemos gozado algunas veces esa plácida calma;
nosotros hemos recorrido también las dilatadas llanuras del desierto, y en medio de sus
soledades hemos meditado, y gozado el seductor espectáculo de la naturaleza, sin que el
rumor más insignificante viniera á sacarnos de las delectaciones purísimas en que permane-
cíamos sumergidos durante horas enteras
, que contamos entre las más venturosas de nuestra
vida. Repetidas veces hemos oido al gran viajero H. Barth, asegurando que jamás se ha
sentido más dichoso y feliz que en medio del desierto de Africa. Lo comprendemos, porque es
imposible encontrar en el mundo lugar alguno en el cual pueda alcanzar el hombre una
concentración más completa, y adquirir una posesión más íntima de las fuerzas del espíritu:
así se explica que la inmensa mayoría de las religiones de Oriente, se hayan concebido por
sus respectivos fundadores en medio de la calma y soledad del desierto. En los dilatados
mares de arena de la Libia, es raro encontrar al beduino del Sahara occidental, que decidido
marcha al galope de un caballo de pura raza: las tribus que se hallan establecidas en las
cercanías del Nilo, y que mediante un estipendio prestan sus servicios, como guias y
acompañantes, y los de sus camellos al viajero que pretende recorrer aquellas regiones,
son bastante miserables, y no tienen nada de temibles. Con todo, se distinguen comple-
tamente de los felahes por sus maneras viriles y por su arraigado sentimiento de indepen-
dencia: consideran á éstos inferiores, se llaman con orgullo árabes, en recuerdo de la cuna
de su raza, esa Arabia de donde salieron sus nobles antepasados, y se resignan á duras
penas á la vida sedentaria del egipcio, descendiente de los faraones, que cultiva su campo
y lo riega con el sudor de su frente.
Encontramos nuestra dahabijeh en Beliane
; pasamos delante de Farchut; consentimos
que nuestro arraez se trasladara á las cercanías de Hou, para ofrecer un presente á cierto
renombrado santón que reside en aquellos lugares; visitamos algunas cavernas antiguas
existentes en la cordillera líbica ; en Kafr-es-Saiad gozamos contemplando las hermosas
el Sur, y por
palmeras dum, más bellas al paso que el viento del Norte nos impele hácia
último penetramos en el puerto de Kene, la Kaenopolis de los griegos. Verdaderas montañas
de objetos de alfarería, especialmente tinajas de todos tamaños y dimensiones, y el humo de
una multitud de hornos de alfarero, revelan al que en
el mismo toma tierra, cual es la
industria principal en que se ocupan los habitantes de esta villa y sus contornos. En las