Page 78 - Egipto TOMO 2
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LA UNIVERSIDAD Y LA MEZQUITA DE EL-AZHAR
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dores y escaparates riquísimamente dispuestos. Sólo de cuando en cuando podemos dirigir
una mirada á las regiones superiores, en las cuales se dibujan los perfiles de los balcones
salientes ó voladizos, ó á las calles que en la misma desembocan cuajadas de numerosa
muchedumbre; porque los vehículos de toda especie, los jinetes y los pedestres que se
mueven en revuelto torbellino doquiera volvemos las miradas, ocupan forzosamente toda
nuestra atención, sin dejarnos espacio, sin embargo, para describir, aun á grandes rasgos,
esa actividad febril, ese movimiento inconcebible.
Atentos, pues, al fin que nos proponemos, doblamos á la derecha y nos encontramos
en una calle en cuyas tiendas (doukkan) se venden dos artículos completamente distintos:
libros y babuchas. ¿Qué motivo puede influir en que, no sólo aquí sino también en los
almacenes de Siria, se
encuentren reunidos dos
artículos tan heterogé-
neos? «Los libros, dice
»el sabio, generalmente
»se hallan encuaderna-
»dos de tafilete rojo,
y
»de la propia materia
»se fabrican las babu-
»chas, erg o libros y ba-
buchas, constituyen
vpara el mercader una
» misma cosa, v librero
»v zapatero no compo-
nen más que una sola
»y misma personan) Con
ms mejores ganas penetraríamos en casa de nuestro amigo Hasan, ó en la de su vecino,
el
hombre de la Meca, para mercadear entre sorbo de café y chupada de tabaco depositado en
narghileh de purísima factura oriental, alguna bella edición de Boulaq, ó tal cual de esos
antiguos manuscritos, nada escasos en el Cairo, cuyos más bellos ejemplares, que son los
que ofiecen más bizarros adornos, se remontan al tiempo de los califas, conservándose cuida-
dosamente en la biblioteca del virey; mas hoy no se trata de adquirir libros, sino de visitar
los lugares en los cuales, desde muchos siglos acá, se conserva la ciencia y se cultiva
el
pensamiento, á que deben su origen la mayor parte de los libros referidos. Muchos de los
adornos reproducidos en este capítulo, consagrado
al saber de los árabes, son copia de
venerables manuscritos del Coran.
Xos hallamos ya delante de
la mezquita: lanzamos al paso una mirada al escribiente
publico que, sentado en un rincón de la calle, va escribiendo la carta que le dicta un artesano,
y permanecemos un momento perplejos preguntándonos por cuál de las seis puertas entra-