Page 82 - Egipto TOMO 2
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LA UNIVERSIDAD Y LA MEZQUITA DE EL-AZHAR
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subsistencia ejerciendo el humilde oficio de lavandero de cadáveres. Mas suponiendo que
haya influido semejante consideración, han sido también óbice para que llegara a tan elevado
grado de encumbramiento, motivos de más bulto, exclusivamente teológicos. Sea como quiera,
merced á las manifestaciones del vulgo, podemos observar que en lo* musulmanes, descen-
poderosa la prevención si se quiere,
dientes de los antiguos egipcios, vive aún robusta y ó,
la preocupación en virtud de la cual miraban con cierto horror á las gentes que velaban y
abrian los difuntos.
Entre los jeques que estaban dando sus lecciones y los miles de escolares que les
rodeaban, tuvimos ocasión de contemplar más de un rostro expresivo, más de una barba gris,
más de una figura venerable. Entre éstas haremos especial mención del jeque Ahmed es-
Sanhouri el ciego. En derredor suyo agrúpase la generación más joven de alumnos, y uno
de ellos lee el texto que el maestro cuida de interpretar, para lo cual escucha con la atención
más decidida, siendo tal y tan fina su percepción, que en cuanto el alumno comete la falta
más insignificante, ya está enarbolando el palo, con aire amenazador, á cuyo efecto nunca lo
deja de la mano ni aún cuando está sentado.
No uno, sino muchos dias hemos errado en todas direcciones bajo el techo de esta sala,
yendo de -una á otra columna, con objeto de escuchar á los maestros, y de nuestras observa-
ciones hemos podido deducir que no hay uno sólo que se ocupe en un punto de ciencia con-
creto y determinado, en una série de lecciones continuadas. Semejante método de enseñanza
llevado entre nosotros al último punto , desconócenlo completamente los orientales que por
más eminentes y conspicuos que sean en saber, conténtanse, cuando en su espíritu se ha
extinguido la chispa de la originalidad, con interpretar textos oscuros, y con comentar comen-
tarios anteriores
y áun comentarios de comentarios. Nútrense del saber de otros tiempos y en
él emplean su sagacidad. El profesor recita en el mismo tono texto y comentario, diciendo
únicamente para diferenciar el uno del otro, hablando del primero: «El autor, bendígale Dios,
»dice» y refiriéndose al segundo: «Dice el intérprete.» De cuando en cuando interrumpe la
exposición tal cual pregunta tímida de un alumno, que el intérprete procura satisfacer, yen
los pasajes difíciles el profesor es el que se dirige al alumno preguntando: «¿Comprendiste?»
á lo cual generalmente responde el interrogado: «A Dios gracias comprendí.»
Una lección dura de hora
y media á dos horas, y suele terminar con las siguientes
palabras: «Hasta aquí hemos llegado
y quiera Alah concedernos inteligencia. » Después de
lo cual los estudiantes se incorporan, acércanse uno á uno á su maestro, despídense de él
besándole respetuosamente la mano,
y guardan sus cuadernos en el cartapacio. Los alumnos
tienen en gran estima lo que poseen «en negro sobre blanco,» como si dijéramos, sus apuntes;
y na^a 1° prueba, como las tiernas palabras
y dulces expresiones con que se solicita la devo-
lución de un cartapacio extraviado, por medio de los anuncios fijados en tal cual columna,
previa autorización del vigilante ó inspector. No podemos resistir al deseo de publicar uno de
dichos anuncios, que copio á la letra el Dr. Goldziher. «¡Oh compañeros (mougaouirin) de
»la noble mezquita el-Azhar, que marcháis en pos de la ciencia! Compadeceos de la pérdida