Page 142 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
Doña Mencía es medio boba —ha dicho Millán de Azuaga al ver el cachorro, que
todavía está mamando de su madre, y que me traen de cuando en cuando—. Este chucho
va a ensuciar la alcoba de su alteza.
La desventurada doña Mencía no sabe qué hacer para llamar vuestra atención. Como
si los demás fuésemos ciegos, y no nos diéramos cuenta. Habría que ser tan ciego como
ella, que está todo el santo día dándose topetazos contra las puertas y contra los criados...
Me ha dicho su tío que tengo que pintarla antes de irme. De ser así, preferiría no irme.
Porque no es un plato de gusto pintar a una mujer que no se sabe nunca adónde mira. Ya
verá su alteza cómo tendré que pintarla de perfil.
—Ese pintor Azuaga —ha dicho Mencía— siente tal devoción por vos que no se le cae
el “su alteza” de la boca. Habla como si os conociese de toda la vida. ‘A su alteza le gusta
tal comida’, ‘a su alteza le disgustan los ruidos a tal hora’... Lleva menos de un mes en el
castillo y ya manda y dispone en vuestro nombre más que vuestros sirvientes. La gente, que
no es tonta, sabe muy bien de qué pie cojea.
—¿Es que cojea de un pie?
—Yo, como comprenderéis, no lo he notado.
—Por supuesto —dije refiriéndome a su vista.
—Pero he oído decir a todo el castillo que cojea de un pie.
Así, en esta peregrina compañía, a la que prefiero con mucho la de “Hernán”,
transcurren los días, las noches, las semanas. Con una irremediable y abrumadora
monotonía. Menos mal que “Hernán” crece, y cambia, y empieza ya a morder con una
absoluta falta de respeto. Y si sólo fuese morder lo que hace sin respeto...
Desconozco a ciencia cierta qué van a decidir sobre mí los de fuera: ni los míos, ni los
contrarios, si es que los míos no son también contrarios. Hay horas en que me descorazono
y me gustaría morirme antes que seguir pasando por el tiempo como quien nada en el vacío.
Horas en que me interrogo para qué vivo, qué significo y para quién... Comencé a leer por
distraerme y aprender algo de lo muchísimo que ignoro; comencé a escribir para mis hijos
con una porfiada y gratuita esperanza. Ahora ya no sé por qué hago lo uno ni lo otro; ahora
me da lo mismo leer que no leer, escribir o dejarlo. La esperanza se ha muerto antes que
yo.
‘Hernán’ ha cumplido un par de meses. Ayer pedí que lo dejaran pasar la noche
conmigo, y mandé poner para él un cojín a los pies de mi cama. Como era la primera noche
sin su madre, lloriqueaba con incansable obstinación. Sentía la soledad como un dolor
desacostumbrado e insufrible que no se amortiguaba. No quise avisar a los criados. Cuando
prendía el hachero, me miraba desde abajo, quieto y triste, dejando ver dos lunillas
crecientes en sus ojos. Fuera de mí, nunca he presenciado de cerca tanta orfandad, tal
desamparo, una criatura viva y próxima tan inerme y tan tierna. “Din” siempre actuó con
mayor seguridad.
Me puse en cuclillas frente al pequeño “Hernán”, fui a acariciarlo para probarle mi
solidaridad, y se dio repentinamente la vuelta.
Se quedó boca arriba, con la pancilla al aire, indefenso, gordito, desvalido, encogidas
las patas, más crecientes que nunca las lunas de sus ojos. El hombre es un animal como los
otros que, si piensa suficientemente, deduce que es un animal como los otros: ésa es toda
la diferencia. Lo que pasa es que el hombre no piensa suficientemente casi nunca. Tuve una
apremiante tentación de coger al perrillo en mis brazos y acunarlo, pero era preciso que se
educara desde el primer momento. A “Din” lo retiraban de mi lado cada noche, salvo aquélla
en que me despertó a lametazos porque había resuelto recuperarme y no escapar de mi
dominio... “Din”, y ahora “Hernán”.
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