Page 63 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
hombres y mujeres ya fenecidos, sentí por lo que sobrevivió a sus propios dueños sólo
desdén.
Acaso porque, acumulados en una cantidad sobre toda medida, perdían aquello que
verdaderamente aspiraban a ser: únicos, irrepetibles y ensalzadores de una persona sola e
irrepetible también. Al estar barajados unos con otros y constituir un apretado hervidero de
esplendores, semejaban un montón de baratijas como las que se ven en un bazar
cualquiera, susceptibles de servir para la colección y el intercambio de los niños. Y tal vez
nunca fueron más que eso.
El Okailí, a quien expuse el juicio que me merecía el tesoro, me habló de la ilimitada
insensatez de la ambición humana. Pero, por una parte, yo noté que no quería enemistarse
con la tradicional actitud de sus reyes, y, por otra, que aquella insensatez le atañía también
a él muy seriamente, ya que era aficionado a sortijas y joyeles. A mí, no obstante, la visita
me sirvió como cura de asombros y como prevención; igual que el niño que entra a trabajar
en un obrador de pastelería y, al primer atracón, deja de soñar con los dulces y empieza a
aborrecerlos.
El Okailí prefirió desviar la conversación de las joyas y tratar de las armas. Me dijo:
—Aunque no es misión mía adiestrarte en el arte de la guerra, debes saber que, entre
nosotros, las artes y las ciencias no están separadas del todo, y que la poesía, un aire
aromado y cálido, a todas las impregna. Voy a darte una prueba. Abu Bakr al Sairafi, un
antiguo poeta, se permitió aconsejar a los almorávides, después de una derrota asestada
por los cristianos, la secular estrategia de los musulmanes andaluces. Porque nadie mejor
que los guerreros nativos, buenos conocedores de las geografías y de los climas y del
carácter de sus enemigos, para acertar en la técnica bélica que ha de ser empleada. áEl
infeliz El Okailí miraba asimismo al pasado, sin echar de ver que quien renovase las
antiguas técnicas e incorporase las novedades, apostadas ya en el umbral, sería
precisamente el que habría de cantar la victoria definitiva, si es que la hay. Dice Al Sayrafi a
su imaginario interlocutor, uno de los invasores ortodoxos que soñaron con ser los
propietarios del paraíso andaluz:
“En cuanto a la estrategia, te brindo los recursos por los que los reyes de Persia se
apasionaron y triunfaron mucho antes que tú.
No pretendo ser un entendido, pero acaso mi compendio animará a los creyentes y les
será beneficioso.
Vístete una de aquellas cotas de malla doble que Tuba, el hábil artesano,
recomendaba.
Toma una espada india, delgada y cortante, pues es la que hace más mella en las
corazas, y taja con más nervio que las otras.
Monta un corcel veloz, que sea como una fortaleza bien guarnecida contra la que
nadie puede nada.
Parapeta tu campamento cuando te detengas, ya sea que persigas al enemigo como
vencedor, ya sea él quien te persiga a ti.
No atravieses el río; acampa mejor a su orilla, de manera que separe y proteja del
contrario tu ejército.
Entabla la batalla al atardecer, cuando tengas la certeza de apoyarte en una bravura
denodada como un sostén inquebrantable.
Cuando los dos ejércitos se encuentren con escaso espacio en la liza, que lo amplíen
las puntas de las lanzas; cuando hayas de atacar, hazlo al instante: cualquier indecisión es
una pérdida de posibilidades.
Elige como exploradores a hombres intrépidos, puesto que en ellos es tan natural el
valor que nunca te defraudarán.
Y no escuches jamás al embustero que pretenda alarmarte: nadie ha obtenido nunca
ni sabia ni útil opinión de un mentiroso”.
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