Page 64 - El manuscrito Carmesi
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Antonio Gala Descargado de http://www.LibrosElectronicosGratis.com/ El manuscrito carmesí
áAún me sé de memoria esos versos. Unas veces los puse en práctica y otras no.
Pero, poniéndolos o sin ponerlos, en pocas ocasiones obtuve la victoria. Quizá no aprendí a
distinguir entre el mentiroso y el prudente. Y he perdido la fe en consejos de poetas. Casi
puedo decir que he perdido, en general, la fe en los consejos.
De otro lado, Abul Kasim Benegas (descendiente de los Egas de Córdoba, de linaje
cristiano, aunque esto se disimulaba, de la familia de los Ceti Meriem, y uno de los hombre
más enrevesados y codiciosos que he conocido, y he conocido muchos más de los que
quisiera) comenzó en seguida a ocuparse de mi formación política.
Si esta expresión se hubiese de entender en su peor sentido, probablemente no
habría encontrado un maestro mejor. La teoría y la práctica eran en él irreconciliables
enemigas. Aún adolescente, yo me pasmaba de que mi padre tuviese a su servicio —más,
de que se confiase por entero— a un personaje como aquél, favorecedor de sus amigos y
clientes, y rival acérrimo de una familia decisiva como la de los abencerrajes.
—El buen gobernante —me dijo la primera mañana— ha de ser el hombre más sabio y
el más agudo.
Yo me consideré imposibilitado de alcanzar esa meta, y reconocí para mis adentros
que nunca iba a estar dispuesto para el trono. Sin embargo, Benegas continuó, después de
una sonrisa:
—Aunque no lo sea, pronto llegará a serlo, porque bajo él surgen y se despliegan
todas las sabidurías, florecen todas las inteligencias, tienen su antro todas las marrullerías y
se instalan todas las querellas. En un día sólo, el gobernante puede adquirir una experiencia
mayor que el resto de los hombres durante toda su vida.
Como afirmó Omar Ibn Abdelasís, Dios haya tenido misericordia de él: ‘No engaño yo
a nadie; pero ningún engañador podrá engañarme a mí’. Quien sabe lo que es el mal y
cómo son los malvados, está en una situación inmejorable para precaverse de ellos.
Yo lo acechaba tratando de adivinar el porqué de una chispa de sorna que veía en sus
ojos; pero, apenas él percibía el propósito de mi mirada, la chispa se extinguía.
—El principio de toda pericia es tener claro que se sabe lo que de veras se sabe, y
que se ignora lo que de veras se ignora. De ahí que el príncipe, como el otro día te previno
tu padre, haya de instruirse con todo lo que observe; deducir enseñanzas de todo lo que
oiga; mantener siempre una actitud digna sin dejarse arrastrar por sus pasiones —no podía
yo evitar, al oír esto, la imagen de Soraya—, ni por los encrespamientos de su cólera; hablar
con sinceridad y cumplir sus promesas; ganarse con su comportamiento el respeto de todos;
no avergonzarse de preguntar, si tiene alguna duda; no resignarse a aceptar lo que no sea
justo, y medir el grado de sus fuerzas, porque, cuando se dispara, lo que se pretende no es
ir más allá del blanco, sino alcanzarlo.
La norma suprema consiste, por tanto, en conocer cuál sea el impulso necesario y
suficiente para lograr cada objetivo.
Al escucharlo hablarme así, yo juzgaba que aquellos consejos no eran para un
príncipe, sino para un hombre cualquiera, y que quizá el príncipe tendría que ser
simplemente el mejor de los hombres comunes y no el hijo de un rey.
—Me alegra que tu padre, antes de tomar una determinación irrevocable, haya querido
que progreses en el arte de la política. Porque ninguna designación es oportuna y válida si
el designado sustituye a quien lo designó sin haberse provisto de la necesaria experiencia.
Confía en mí para aprender, Boabdil, con la misma firmeza que tu padre confía en mí
para gobernar.
Yo siempre tengo presente, por lo que a mí respecta, las cuatro faltas en que puede
incurrir el ministro de un príncipe virtuoso: la petulancia, si interviene cuando nadie le ha
pedido su opinión; la cobardía, si no contradice a su dueño cuando éste obra mal; la timidez,
si no se atreve a expresar su juicio cuando se le solicita; y, sobre todo, la imprudencia, si
habla sin haber examinado antes el estado de ánimo del príncipe. Un ministro que no incurra
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