Page 14 - Sentido Común
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Durante la Guerra Fría, cualquiera de ellos podría haber recibido la orden de
matar al otro en una acción bélica. Ahora sus naciones han acordado el
trueque de pis por energía solar. Los rusos les dan su agüita amarilla para que
ellos la transformen en potable (sí, eso es lo que beben) y a cambio reciben
electricidad generada por los paneles solares americanos. No es el único
aspecto sin glamour de la vida en órbita: en lugar de duchas, “frotamos con
una toallita la porquería de un lugar a otro”. Además, necesitan enemas antes
de volar en la Soyuz, porque el intestino se bloquea en el espacio. Ya en la EEI,
el inodoro y el lavabo están separados apenas por un fino panel que no llega al
suelo. Los pañales necesarios en un paseo espacial se compensan con el
talante heroico que requiere aventurar el cuerpo al espacio exterior, sujeto solo
por unas correas.
Tres horas y media de caída
Una vida no muy compatible con la entrada en la atmósfera para regresar a
casa. Atravesarla supone “una caída que generará temperaturas de hasta
3.000 ºC y una deceleración de hasta 4 g”. Antes habrán pasado de 28.0000 a
0 kilómetros por hora en menos de 30 minutos por efecto de los motores de
frenado de la Soyuz que trae de vuelta a Kelly, Korniyenko y el cosmonauta
Sergei Volkov. Las tres horas y media de viaje empiezan a culminar con la
apertura de un gran paracaídas. El tirón que provoca se asemeja a “un
accidente de tren, seguido de un accidente de coche, seguido de una caída
en bicicleta”. Y, por fin, el choque contra una llanura de Kazajistán. El que les
devuelve a la Tierra, al olor del aire húmedo, a las caras familiares, al peso de un
cuerpo que tardará tres años en recuperarse. De una aventura única.
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