Page 10 - revista discurso narativo
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y lleno de dificultades,  consiguió llegar hasta el borde de la  laguna Estigia, las cual

                  separa el reino de la luz del reino de las tinieblas y entonó un canto tan triste y tan

                  melodioso que conmovió al mismísimo Carón, el barquero encargado de transportar las

                  almas de los difuntos hasta la otra orilla y atravesó en la barca de Carón las aguas que
                  ningún ser vivo puede cruzar. Orfeo se presentó ante Plutón, dios de las profundidades

                  infernales  y,  acompañado  de  su  lira,  le  suplico  que  resucitara  a  Eurídice  y  que  le

                  permitiera  llevarla  con  él,  a  cambio  le  prometía  que  cuando  sus  vidas  terminaran

                  regresarían  para  siempre.  Tanto  la  música  como  las  palabras  de  Orfeo  fueron  tan

                  conmovedoras que lograron ablandar el corazón de Plutón, quien, por un instante, sintió

                  que sus ojos se le humedecían. Gracias a eso, le concedió el don que solicitaba, pero con

                  una condición a lo que Orfeo le dijo que haría cualquier cosa que le pidiera con tal de
                  recuperar a su esposa. Así que Plutón, le dijo que Eurídice debía seguir sus pasos hasta

                  que abandonaran el inframundo. Sólo entonces la podía mirar. Si intentaba verla antes

                  de atravesar la laguna Estigia, la perdería para siempre. A lo que acepto Orfeo e inicio

                  el camino de regreso donde el silencio retumbaba en sus oídos, ni el más mínimo ruido

                  delataba la proximidad de su amada. Solo pasaba por su mente lo que le había dicho

                  Plutón:  “Si  intentas  verla  antes  de  atravesar  la  laguna  de  Estigia,  la  perderás  para

                  siempre”. Al final del camino diviso la laguna Estigia y allí estaba Carón con su barca ya
                  faltaba poco para continuar con la felicidad en compañía de Eurídice. Pero Orfeo dudó


                  por un momento, giró la cabeza para comprobar si su amada le seguía. Y en ese mismo
                  instante vio cómo su amada se desvanecía como humo, inútilmente trato de apresarla

                  entre sus brazos y sumido en la desesperación gritaba su nombre. De nada sirvió su

                  llanto y sus suplicas de perdón a los dioses por ese instante de desconfianza.  Orfeo, en

                  medio de su dolor, se  retiró a una montaña donde pasó el  resto de  su vida sin más

                  compañía  que  su  lira  entonando  melancólicos  cantos  compuestos  en  recuerdo  de  su

                  amada.












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