Page 89 - Ominosus: una recopilación lovecraftiana
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Stevens se acercó al cedro con aprensión, lo observó atentamente y
deslizó los dedos por la rugosa corteza.
—¡Me cago en todo lo que se menea! —exclamó—. Muchachos, echadle
un vistazo a esto. —Cuando todos se hubieron arracimado a su alrededor les
mostró un gran pedazo de corteza, separado del árbol, tan alto como tres
hombres y ahusado hasta terminar en una punta afilada. Su contorno, similar
al de una puerta, se hizo patente cuando lo discernieron contra la textura de
fondo. El portal de corteza presentaba goznes de cuero en uno de sus laterales.
—¿Qué puede ser esto? —preguntó Horn mientras daba un paso atrás.
El nerviosismo de Miller se intensificó al ver cómo Stevens tanteaba el
panel en busca de algún tipo de cierre. La claridad no dejaba de diluirse a
marchas forzadas, pese a lo temprano de la hora. Una ola negra devoraba con
fruición el borde del sol, generando un anillo fragmentado de fuegos y
sombras. Fenómeno que se yuxtaponía a la sortija rota tallada en el árbol.
—¡Chicos, no! —dijo Miller—. ¡No toquéis nada!
Un murmullo de satisfacción escapó de los labios de Stevens, que acababa
de localizar el pestillo. Bane y Stevens tiraron del panel de madera hasta
abrirlo casi por completo y se detuvieron, rígidos como la piedra sus cuerpos.
Desde su posición Miller no podía distinguir gran cosa del interior, hueco y
umbrío, pero los otros dos hombres tenían el cuello estirado y Bane emitió un
gemido, ronco y plañidero, como si acabara de recibir una puñalada en las
tripas.
—¡Dios bendito que estás en los cielos! —exclamó Stevens.
Miller avanzó a grandes zancadas para reunirse con ellos ante el portal, se
asomó dentro y vio…
… Algo reptó y se desenroscó, un jirón de tinieblas más oscuro que el
resto, y se materializó en…
… Se le nubló la vista de golpe y se tambaleó. Ruark lo sujetó mientras
Bane y Stevens volvían a cerrar el panel, encajándolo en su sitio con los
hombros. Cuando se giraron, palidecidos, sus rostros denotaban un pavor
espantoso de presenciar en alguien de tan probado temple como ellos.
—Dios santo, fijaos en el cielo —dijo Horn. La luna ocultó el sol y el
mundo se convirtió en un reino de sombras en el que todas las superficies
relucían y proyectaban un espeluznante fulgor entre blanco y azulado. Todos
los seres vivos del bosque contuvieron la respiración.
—¡Santa María madre de Dios! —exhaló Ruark, rompiendo el hechizo—.
¡Santa María madre de Dios todopoderoso!
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