Page 102 - La sangre manda
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enseguida oyó sus pasos. La puerta se abrió. Felicia sostenía una vela que
iluminaba desde abajo su cara de miedo.
—Marty, gracias a Dios. ¿Las ves?
—Sí.
Ese individuo se dibujaba también en su ventana delantera. Chuck.
Sonriente. Con el aspecto de cualquier contable que hubiera habitado en este
mundo. Un hombre que no mataría ni a una mosca.
—Han empezado a… ¡aparecer sin más!
—Ya lo sé. Lo he visto.
—¿Está pasando solo aquí?
—Me parece que en todas partes. Creo que es casi…
De pronto ella lo abrazó y tiró de él hacia dentro. Marty se alegró de que
Felicia no le hubiera dado ocasión de pronunciar las otras dos palabras: el
final.
2
Douglas Beaton, profesor adjunto de filosofía en el departamento de Filosofía
y Religión del Ithaca College, está sentado en una habitación de hospital,
esperando a que su cuñado muera. Lo único que se oye es el bip… bip… bip
regular del monitor cardíaco y la respiración lenta y cada vez más dificultosa
de Chuck. Han apagado la mayor parte de los aparatos.
—¿Tío?
Al volverse, Doug ve a Brian en la puerta, aún con la cazadora del
instituto y la mochila.
—¿Has salido antes de clase? —pregunta Doug.
—Con permiso. Mamá me ha mandado un mensaje para decirme que hoy
iba a dejarles desconectar los aparatos. ¿Ya lo han hecho?
—Sí.
—¿Cuándo?
—Hace una hora.
—¿Dónde está ahora mamá?
—En la capilla de la planta baja. Ha ido a rezar por su alma.
Y probablemente por haber hecho lo correcto, piensa Doug. Porque
incluso cuando el sacerdote dice que sí, que está bien, que a partir de ahí ya se
ocupará Dios, por alguna razón uno tiene la sensación de que está mal.
—Hemos quedado en que le enviaría un mensaje si da la impresión de
que… —El tío de Brian se encoge de hombros.
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