Page 103 - La sangre manda
P. 103

Brian se acerca a la cama y contempla el rostro pálido e inmóvil de su

               padre. Sin las gafas de montura negra, el chico piensa que no aparenta edad
               suficiente  para  tener  un  hijo  en  primero  de  instituto.  Él  mismo  parece  un
               estudiante de instituto. Coge la mano de su padre y le da un breve beso en la
               cicatriz en forma de media luna.

                    —Se supone que un hombre tan joven no debería morir —comenta Brian.
               Habla  en  voz  baja,  como  si  su  padre  pudiera  oírlo—.  Dios  mío,  tío  Doug,
               ¡cumplió los treinta y nueve este invierno!
                    —Ven a sentarte —dice Doug, y da unas palmaditas en la silla vacía que

               tiene al lado.
                    —Es el sitio de mamá.
                    —Ya se lo dejarás cuando vuelva.
                    Brian se desprende de la mochila y se sienta.

                    —¿Cuánto crees que le queda?
                    —Según los médicos, podría irse en cualquier momento. Casi con toda
               seguridad,  no  llegará  a  mañana.  Ya  sabes  que  los  aparatos  lo  ayudaban  a
               respirar, ¿no? Y lo alimentaba un gotero. No…, Brian, no está sufriendo. Esa

               parte ya ha terminado.
                    —Glioblastoma —dice Brian con amargura. Cuando se vuelve hacia su
               tío,  está  llorando—.  ¿Por  qué  ha  de  llevarse  Dios  a  mi  padre,  tío  Doug?
               Explícamelo.

                    —No puedo. Los caminos del Señor son un misterio.
                    —Pues a la mierda los misterios —dice el chico—. Los misterios deben
               quedarse en los cuentos, ese es su sitio.
                    El tío Doug asiente y rodea los hombros de Brian con un brazo.

                    —Sé que es difícil, chaval, también lo es para mí, pero es lo único que
               puedo decir. La vida es un misterio. La muerte también.
                    Guardan  silencio  y  escuchan  el  bip…bip…bip  regular  y  el  estertor  de
               Charles  Krantz  —Chuck  para  su  mujer  y  el  hermano  de  su  mujer  y  sus

               amigos—, que toma aire lentamente una y otra vez, las últimas interacciones
               de su cuerpo con el mundo, cada inhalación y cada espiración dirigidas (como
               los  latidos  de  su  corazón)  por  un  cerebro  a  punto  de  fallar,  donde  siguen
               activas  unas  cuantas  funciones.  El  hombre  que  pasó  su  vida  laboral  en  el

               departamento  de  Contabilidad  del  Midwest  Trust  está  haciendo  ahora  sus
               últimas cuentas: pequeños ingresos, grandes desembolsos.
                    —Dicen que los bancos no tienen corazón, pero allí lo querían de verdad
               —comenta Brian—. Han mandado una tonelada de flores. Las enfermeras las

               ponen  en  el  solárium,  porque  en  principio  no  debe  haber  flores  en  la




                                                      Página 103
   98   99   100   101   102   103   104   105   106   107   108