Page 107 - La sangre manda
P. 107

Acto II: Músicos callejeros







               Con la ayuda de su amigo Mac, que tiene una furgoneta vieja, Jared Franck

               instala la batería en su sitio preferido de Boylston Street, entre Walgreens y la
               tienda Apple. Tiene buenos presentimientos con respecto al día de hoy. Es un
               jueves por la tarde, hace un tiempo magnífico, y las calles rebosan de gente
               que espera con impaciencia el fin de semana, lo que es siempre mejor que el

               propio fin de semana. Para la gente del jueves por la tarde, esa expectación es
               pura. La gente del viernes por la tarde tiene que dejar de lado la expectación y
               centrarse en la diversión.
                    —¿Todo bien? —le pregunta Mac.

                    —Sí. Gracias.
                    —Tú dame mi diez por ciento y déjate de gracias, hermano.
                    Mac se marcha. Probablemente va a la tienda de cómics, o quizá a Barnes
               & Noble, y luego al Common a leer lo que haya comprado. Es un gran lector,

               Mac. Jared lo llamará cuando llegue el momento de recoger. Mac traerá su
               furgoneta.
                    Jared  coloca  una  maltrecha  chistera  (terciopelo  ajado,  cinta  raída  de
               grogrén) que compró por setenta y cinco centavos en una tienda de segunda

               mano de Cambridge, y luego pone delante el cartel que anuncia: ¡ESTE ES
               UN  SOMBRERO  MÁGICO!  ¡DONA  CON  ENTERA  LIBERTAD  Y  TU
               APORTACIÓN SE DUPLICARÁ! Echa un par de billetes de dólar para que
               la  gente  se  haga  una  idea.  Hace  calor  para  primeros  de  octubre,  lo  que  le

               permite  vestirse  como  prefiere  para  sus  bolos  en  Boylston  —camiseta  sin
               mangas  con  FRANKLY  DRUMS  en  la  pechera,  pantalón  corto  caqui,
               Converse raídas de caña alta sin calcetines—, pero incluso los días fríos suele
               quitarse la chaqueta si la lleva, porque cuando uno encuentra el ritmo, entra

               en calor.
                    Jared despliega su taburete y ejecuta una rápida combinación de redobles
               en los tambores. Unas cuantas personas lo miran, pero la mayoría pasan de
               largo,  absortas  en  sus  conversaciones  sobre  amigos,  planes  para  la  cena,

               dónde tomar una copa y el día que ha acabado en la papelera de los misterios
               a la que van a parar los días pasados.





                                                      Página 107
   102   103   104   105   106   107   108   109   110   111   112